De Moses Akatugba, Nigeria 26 junio 2015
“¿Qué le ha pasado a tu dedo?”, me preguntan cuando al saludar estrecho la mano y ven mis uñas.
Lo que ocurrió es que me las arrancaron, de las manos y de los pies. Las cicatrices que ve la gente son las huellas indelebles que la tortura dejó en mi cuerpo. Cuando calzo sandalias y me veo los dedos no puedo evitar recordar por todo lo que pasé.
Los efectos de la tortura en las personas son muchos. Es inhumana: calentar al rojo la larga hoja de un machete y luego golpearle a alguien la espalda con él es una salvajada. Afecta mentalmente: te vuelve loco. Las víctimas pierden el conocimiento, admiten haber hecho cosas que jamás hicieron.
La experiencia por la que yo pasé –ser torturado y vivir en el pabellón de los condenados a muerte– me afectó de muchas formas. Perjudicó mis planes de vida y las aspiraciones que tenía cuando estudiaba. Pasé 10 años en la cárcel; a estas alturas ya podría haber terminado mi educación y haber empezado a trabajar. Cuando quedé en libertad, volví a reunirme con mis amigos, que para entonces ya estaban trabajando, se habían casado… y pensé: «Me he quedado descolgado». Perjudicó a mi familia: sobre ellos cayó el estigma de mi situación y el negocio de mi madre se fue a la ruina. La pena afectó a la salud de mi madre y acabó con hipertensión arterial y todavía sufre los efectos.
Lo que más me ha impresionado es tomar conciencia de que puedes vivir en un país en el que, sin motivo alguno, puedes tener que enfrentar esas tropelías y aún así tener que seguir viviendo en él. No dejo nunca de rezar por que en Nigeria se produzca un cambio, pero tampoco dejo de avisar a otros que tengan cuidado, que no acaben convirtiéndose en víctimas y no pasen por lo que yo pasé.
Hay a quienes se les endurece el corazón cuando viven en el pabellón de los condenados a muerte. Pero siempre hay que mirar hacia delante y vivir convencido de que pronto se producirá un cambio. Esa es la razón por la que me siento tan feliz al unirme a la campaña contra la tortura: en cualquier parte de Nigeria, en cualquier parte del mundo.
Más de 800.000 personas firmaron la petición para que me pusieran en libertad a través de la campaña Stop Tortura de Amnistía Internacional. Ese apoyo lo fue todo para mí. Jamás he conocido a esas personas, pero dieron por mí su tiempo, su dinero, su energía y yo recibí miles de cartas y tarjetas de todas ellas. Estoy profundamente agradecido a Justine [directora de HURSDEF, fundación nigeriana para los derechos humanos, el desarrollo social y la protección ambiental], a los grupos juveniles de Amnistía Internacional y a sus voluntarios y voluntarias. Gracias a todas esas personas yo estoy en libertad y son mis héroes.
Y este es mi mensaje para las personas que sobreviven a la tortura: únanse a la lucha contra la tortura para que otras personas no tengan que padecer ese dolor. Si soy capaz de ello y puedo hacer algo por acabar con la tortura seré el hombre más feliz de la tierra. No quiero que ninguna generación futura tenga que pasar por lo que yo pasé en aquella cámara de tortura.
El 26 de junio es el Día Internacional en Apoyo a las Víctimas de la Tortura. Aquí encontrarás cómo tomar parte en las actividades que están teniendo lugar en todo el mundo.