Foto: YANNIS BEHRAKIS / REUTERS
De Eliza Goroya in Greece, Khairunissa Dhala and Lorna Hayes in Germany
Desde Grecia a Alemania, voluntarios y voluntarias aúnan fuerzas para ayudar a las personas refugiadas y migrantes recién llegadas a obtener alimentos, ropa y atención médica, subsanando las carencias palmarias del deteriorado sistema de asilo de la Unión Europea mientras los líderes europeos continúan lidiando para encontrar una solución común a la crisis creciente.
“Había una familia siria: un padre con una niña pequeña. La niña intentó abrir la puerta de mi coche. Pensé que seguramente estaría buscando alimentos y pregunté al padre qué necesitaban. ‘Tienes el mismo coche que nosotros –respondió–, pero el nuestro explotó en Siria. Su madre murió dentro’.
Entonces comprendí lo que buscaba la niña.»
Konstantinos, voluntario, aparta la mirada mientras me cuenta esta historia. Los habitantes de la isla griega de Kos lo llaman «el incondicional», porque hace malabares para compatilbilizar sus dos trabajos con las entregas diarias de alimentos, provisiones y apoyo a las personas refugiadas.
Tratar a los refugiados y refugiadas como personas
Desde comienzos de 2015, más de 318.000 personas, principalmente refugiadas y algunas migrantes, han arriesgado su vida para alcanzar las islas griegas. Sufren condiciones infernales, puesto que las autoridades locales no están dispuestas a proporcionarles servicios básicos como alimentos, agua, aseos o alojamiento, o no tienen la capacidad de hacerlo.
La población local y los turistas han acudido para llenar el vacío existente: «Es sencillamente una tarea abrumadora», afirma Giorgos, maestro que ayuda a preparar y distribuir más de 1.000 raciones de comida diarias.
«No sólo se trata de alimentarlos –dice Dionysia, otra activista y directora de teatro local–. Es tratarlos como personas.»
Biljiana, de 36 años y oriunda de Belgrado, Serbia, colabora como voluntaria junto con su pareja: «Nosotros también sufrimos el hambre y los bombardeos en nuestro país –explica–. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras algo así está sucediendo delante de nosotros».
Los turistas han aunado fuerzas con la población local, entre quienes se encuentra Greta Tullman, una profesora universitaria alemana. Me enseña una lista escrita a mano de provisiones que comprará de camino a casa; ya ha traído varias cajas.
A última hora de la tarde, la comida está lista y se lleva a cabo una minuciosa distribución, también de ropa, pañales, y otros productos esenciales, en varios puntos de la isla, en ausencia de un centro de acogida central.
«A los migrantes, ni agua»
Más tarde, en la recepción de mi hotel, una mujer dice a voces: «Si continuamos así, no habrá comida para nuestros propios hijos». Dice que el alcalde de la localidad ha dicho a la gente que no ofrezca a los refugiados ni un vaso de agua, lo que lleva implícito el mensaje de que hacerlo animaría a más gente a venir, algo con lo que ella parece estar de acuerdo.
Ahora entiendo lo que Christina, otra activista y profesora de enfermería, me había contando antes: “Una madre comenzó a llorar; un padre de mediana edad se inclinó ante mí y rezó agradecido… ¿Por qué? Porque les había dado una botella de agua».
«Cuando la policía antidisturbios atacó a los refugiados, nos echamos a llorar –continúa–. Algunos de ellos, cubiertos de sangre, se acercaron a nosotros para consolarnos. Dijeron que habían pasado por situaciones peores… fue muy conmovedor.»
Finalmente, bien pasada la media noche los y las activistas comienzan a irse a casa para descansar, que bien lo necesitan. «La solidaridad no es caridad –me dice Giorgos profundamente exhausto–. Es rehumanizar una situación deshumanizada.»
@ElizaGoroya
Comidas calientes durante el registro de solicitantes de asilo en Berlín
«Cuando llegan a Alemania, los refugiados ya han sido reducidos a un funcionamiento humano básico», dice Björn Freter, hombre de 37 años de Berlín, Alemania. Lleva colaborando como voluntario en uno de los centros de registro de solicitantes de asilo de la ciudad desde agosto, tras haber acudido un día con un amigo a entregar alimentos donados.
Personas de países como Siria, Iraq y Afganistán lo han arriesgado todo para alcanzar el país europeo que sabían que los recibiría: Alemania. Pero el sistema está desbordado a causa de la gran afluencia reciente, por lo que muchas no tienen dinero para alimentos ni un lugar donde dormir.
Björn nos enseña el centro mientras explica lo frustrante que es para estas personas refugiadas exhaustas, hambrientas y traumatizadas esperar hasta 15 días para tramitar sus solicitudes de asilo. Un hombre le dijo: «Prefiero volver a Siria y morir que dormir a la intemperie durante días, como un animal».
Al igual que en Kos, voluntarios y voluntarias se han puesto manos a la obra y ofrecen una comida vegana caliente al día, bocadillos, agua, ropa y atención médica básica. También hay una zona de juegos infantiles, un centro de obstetricia donde se efectúan revisiones a las mujeres embarazadas y una sala silenciosa donde los padres y las madres pueden descansar mientras los voluntarios cuidan de sus hijos e hijas.
Pies marcados tras semanas caminando
Según Björn, cuando finalmente llegan a Alemania, la mayoría de los refugiados tienen terribles cicatrices y astillas en los pies y están deshidratados. Muchos están traumatizados y algunos tienen heridas de metralla. Sus enfermedades suelen ser consecuencia de haber caminado durante días o semanas.
El doctor Hartmut Wollmann, pediatra semijubilado que colabora como voluntario en el centro médico, dice que existe un déficit de atención médica para los refugiados no registrados, porque no se pueden derivar al hospital los casos que no se consideran emergencias.
Lo han conmovido profundamente las situaciones de muchas personas, incluido un chico sirio de 17 años que estaba muy delgado. No tenía grasa en el cuerpo. Dijo que llevaba caminando dos semanas y media y que no había comido bien. Estaba tan profundamente traumatizado que le dolía el pecho y tenía dificultades para respirar.
«Desde el punto de vista médico, no encontré nada anómalo: lo que tenía era miedo y dolor; sólo necesitaba cuidados y descanso –dice el doctor Hartmut–. Otra paciente, embarazada, tenía un niño de tres años con graves problemas de desnutrición y una infección bucal, lo que significaba que no podía ni comer ni beber.»
Refugees Welcome: un movimiento que está cambiado la política
Björn hace hincapié en la importancia de los voluntarios y voluntarias: «Si no estuviéramos aquí, cuatro o cinco personas a las que he conocido personalmente habrían muerto. Una había recibido una puñalada, otra tenía mucha fiebre. Cuando no hay suficiente comida, lo anunciamos en las redes sociales y la gente trae donaciones».
«También es importante mostrarles que son bienvenidos –añade–. No podemos comunicarnos en el mismo idioma, pero podemos sonreír y hacerles saber que pueden confiar en nosotros.»
«Este movimiento ya está cambiando la política en Alemania –añade el doctor Hartmut–. La prensa habla de los ataques de la extrema derecha —de que han prendido fuego a las viviendas destinadas a la población refugiadas—, pero el número de personas que está ayudando a los refugiados es mucho mayor.»
@KDhala @LornaHayes8
Actúa
Di a los líderes europeos que den la bienvenida a las personas refugiadas abordando con rapidez y contundencia la crisis actual.