La vida de Hakan Yaman cambió para siempre cuando unos policías lo atacaron durante las protestas de junio de 2013 en Estambul, Turquía.
El 3 de junio por la noche, Hakan Yaman, conductor de minibús, volvía a casa del trabajo en Estambul, Turquía. Tras un fin de semana de protestas multitudinarias a las que la policía había respondido con violencia generalizada, se respiraba tensión en el ambiente de la ciudad.
El 30 de mayo, la policía había usado gas lacrimógeno, golpeado a manifestantes y quemado sus tiendas de campaña en el parque Gezi, situado en el centro urbano. La gente se había estado manifestando contra la amenaza de destrucción de uno de los pocos espacios verdes que quedan en Estambul.
La causa de los manifestantes y la respuesta abusiva de las autoridades tocaron una fibra sensible. En los días siguientes, decenas de miles de manifestantes se echaron a las calles en todo el país. Las autoridades reaccionaron con más gas lacrimógeno, violencia y detenciones.
Hakan, de 37 años, regresaba a casa, donde lo esperaban su esposa y sus dos hijos, cuando pasó junto a una manifestación contra la violencia policial del día anterior. Momentos después, unos agentes de policía lo agredieron brutalmente.
“En un primer momento me dispararon con cañones de agua”, contó posteriormente a Amnistía Internacional. “Luego recibí el impacto de un bote de gas lacrimógeno en el estómago y caí al suelo. Unos cinco policías me rodearon y empezaron a golpearme una y otra vez en la cabeza. Uno de ellos me colocó un objeto duro en el ojo y me lo arrancó.”
“Les oí decir: ‘éste está acabado; vamos a liquidarlo del todo’. Me arrastraron a lo largo de 10 o 20 metros y me arrojaron a una hoguera. Se marcharon y yo me alejé a rastras del fuego. Unos manifestantes me llevaron al hospital.”
Hakan perdió por completo un ojo y el 80 por ciento de la visión en el otro. Sufrió fracturas en el pómulo, la frente, el mentón y el cráneo, así como quemaduras de segundo grado en la espalda. “Pensaron que era un manifestante e intentaron matarme”, nos explicó.
Lo que le ocurrió a Hakan fue de una brutalidad inusitada, pero dista de ser un caso aislado de violencia policial. Según la Asociación Médica de Turquía, a 10 de julio se habían registrado más de 8.000 lesiones ocurridas durante las manifestaciones. También hay fuertes indicios que vinculan la muerte de tres personas a la violencia de la policía.
Amnistía Internacional insta a las autoridades turcas a que impidan la violencia innecesaria contra los manifestantes o contra otros ciudadanos. Pide asimismo que se investiguen eficazmente todas las denuncias de malos tratos infligidos durante las protestas del parque Gezi y que se lleve ante la justicia a los responsables.
La agresión que sufrió Hakan le cambió la vida para siempre. Ha interpuesto una querella por intento de asesinato. En el momento en que Wire iba a imprenta, la fiscalía había interrogado a tres agentes de la policía antidisturbios que negaron toda participación en los hechos.
Hakan nunca podrá volver a conducir un minibús. “A nuestros hijos les ha afectado muchísimo”, nos contó su esposa, Nihal. Durante las primeras semanas, la hija pequeña estaba tan horrorizada que no dirigía una palabra a su padre. “Ahora no se aparta de su lado”, dice Nihal. “Está todo el tiempo abrazando y dando besos a su padre”.