El fin de semana hubo aún más titulares que alababan el hecho de que la nueva primera ministra serbia, abiertamente homosexual, participara en una marcha del orgullo gay en Belgrado. Y sí, esa es en sí una buena noticia, dado el inquietante contexto de violencia homófoba que hemos visto en los últimos años.
Pero la implicación de esta nueva oleada de amigables titulares sobre Serbia, y sobre Ana Brnabic, es que Serbia es ahora un lugar en el que, por fin, los derechos en general se toman en serio. Respecto a este punto, muchos y muchas activistas de Serbia discreparían.
Aunque Bruselas puede mostrarse reacia a criticar a Serbia, a causa de las consideraciones geopolíticas relativas a Kosovo y por otras cuestiones –lo que la Comisión Europea gusta de calificar “el constructivo papel [de Belgrado] en la región”–, los y las activistas serbios señalan que, en muchas ocasiones, su papel en su país ha distado de ser constructivo. Consideran que la reticencia de Bruselas a hablar tiene consecuencias perjudiciales para Serbia y para la región.
Sí, hay algunas buenas noticias que pueden parecer justificar esta nueva calidez. Por ejemplo, la elección por primera vez de una mujer, y además lesbiana, como primera ministra en un país que se ha visto azotado por la violencia homófoba.
El líder serbio Aleksandar Vučić –primer ministro desde 2014 y recién elegido presidente– habla de la pertenencia a la UE como una “prioridad estratégica”.
Las guerras de los Balcanes parecen ya lejanas. Slobodan Milošević, derrocado en el año 2000 tras una sangrienta década en el poder, fue entregado a La Haya y murió entre rejas en 2006. El edificio bombardeado del ministerio de defensa en uno de los bulevares centrales de Belgrado sigue alzándose como un recordatorio visible del bombardeo de la OTAN de 1999, pero esos engendros pueden parecer reliquias arqueológicas. Al fin y al cabo, algunos votantes serbios apenas habían nacido en aquella época.
Sin embargo, el nombramiento de una primera ministra lesbiana (por bienvenido que sea) y las alabanzas oficiales hacia los “valores europeos” no significan que Serbia tenga ahora un gobierno comprometido con la tolerancia, la justicia y el Estado de derecho. Al contrario: para quienes se atreven a protestar, los problemas son reales y van en aumento, incluso mientras Bruselas y Washington apartan la vista.
A finales de la década de 1990, Vučić era ministro de Información y el principal inspector de medios de comunicación para Milošević. Vučić insiste en que su enfoque ha cambiado desde entonces, cuando los periodistas problemáticos se arriesgaban a ser asesinados. Según Vučić, “sólo los burros no cambian”.
Sin embargo, la Asociación Independiente de Periodistas de Serbia registró 69 ataques contra periodistas el año pasado; en los últimos años ha habido un fuerte incremento de este tipo de ataques. Este mes, la Asociación destacó el silencio del gobierno en respuesta a un aumento de las amenazas de muerte, en esta ocasión contra periodistas y contra un sitio web de noticias independiente. Los informativos de la televisión estatal y la mayoría de los canales de propiedad privada proporcionan un redoble continuo de apoyo incuestionado, en el que apenas se escuchan críticas a las políticas gubernamentales. La propiedad de los medios de comunicación es a menudo opaca, y la demonización de las voces alternativas es práctica habitual. Anita Mitić, directora en Belgrado de la Iniciativa Juvenil por los Derechos Humanos, ha declarado que ella y sus colegas han dejado de denunciar las amenazas de muerte: “La policía ni siquiera nos devuelve la llamada”.
Bajo la presidencia de Vučić, el lenguaje utilizado para criticar a quienes protestan recuerda inquietantemente a la voz de su antiguo jefe. Los titulares progubernamentales tacharon de “mentirosos” y “mercenarios” a la Red Informativa de Investigación de los Balcanes y a KRIK, la Red Informativa sobre Delincuencia y Corrupción. Por el momento, esos ataques han remitido. Sin embargo, más en general, las presiones no lo han hecho. El apartamento de una periodista de KRIK, Dragana Pečo, fue asaltado el mes pasado en lo que Ljiljana Smajlović, del Centro Europeo para la Libertad de Prensa y Medios de Comunicación, describió como un “intento descarado de intimidar”.
En un intento de mantener de su parte a los gobiernos europeos, Vučić y sus aliados han jugado periódicamente la “carta rusa” –es decir, “Si nos nos queréis, Moscú lo hará”– incluso en lo que se refiere a las negociaciones en curso sobre la situación de Kosovo. A consecuencia de ello, y pese a una serie de preocupaciones en materia de derechos humanos, Bruselas está mucho más dispuesta a alabar que a criticar.
Para los serbios y serbias que aún se atreven a asomar la cabeza por encima del parapeto, esa autocensura es una parte básica del problema. La palabra “estabilitocracia”, recién acuñado término popular en los Balcanes, describe un problema demasiado familiar. En palabras de Jovo Bakić, sociólogo de Belgrado: “La UE prefiere la estabilidad a la democracia o los derechos humanos. Ha hecho su elección, y a mí me parece muy corta de miras”. Dragana Žarković-Obradović, directora en Belgrado de la Red Informativa de Investigación de los Balcanes, afirma: “Están permitiendo que [Vučić] envenene a la población, y eso será contraproducente. Les está haciendo tragar todo lo peor, y está desestabilizando el país.” Anita Mitić, de la Iniciativa Juvenil por los Derechos Humanos, cree que la falta de protesta puede tener consecuencias desestabilizadoras para el futuro: “Estamos promoviendo los valores europeos más de lo que lo hace la propia Europa. Me siento frustrada, porque puedo arriesgar la vida por los valores europeos, y la Unión Europea me abandona a cambio de un acuerdo.”
Por supuesto, nada de todo esto es nuevo. El propio Slobodan Milošević, el gran desestabilizador, fue considerado en un momento dado por los líderes occidentales no como parte del problema, sino como parte de la solución. O, tal como me dijo el propio Milošević en una ocasión, mientras la guerra en Bosnia estaba en pleno apogeo: “Busco la paz”.
Después de que se perdieran miles de vidas más, las ilusiones occidentales sobre el entonces hombre fuerte de Serbia terminaron hechas pedazos. Es hora de hacer pedazos también las ilusiones de hoy.
El presidente Vučić, en lo que supone un bienvenido contraste con el que fue su mentor, no es partidario de desatar guerras. Sin embargo, la nota al pie sigue ahí: la estabilidad y los derechos humanos no son conceptos alternativos, sino las dos caras de una misma moneda, y el Estado de derecho es fundamental para ambos. No podemos permitirnos ignorar esa sencilla verdad.
Este artículo se publicó originalmente en el EU Observer.