Osama Jamal Abdallah Mahdi, de 32 años y padre de dos hijos, lleva ya más de dos años condenado a muerte en Irak por un delito que afirma que no cometió.
Ahora su tío es su única esperanza. Desde su hogar en Wichita, estado de Kansas (Estados Unidos), a más de 11.000 kilómetros de distancia, Musadik Mahdi lidera una campaña en favor de la liberación de su sobrino.
Este ingeniero de origen iraquí se ha puesto en contacto con diplomáticos, congresistas, medios de comunicación y organizaciones no gubernamentales, entre ellas Amnistía Internacional, para intentar que se anule la sentencia condenatoria de Osama. Pero el tiempo se agota y Musadik teme que en cualquier momento lleven a Osama hasta el patíbulo.
“Hablé con su madre hace sólo unos días y está destrozada. No deja de rogarme que haga algo. Al parecer Osama está bastante mal, le dan muy poco de comer. La situación es tan crítica que podría ser ejecutado en cualquier momento si la Oficina de la Presidencia no decide lo contrario”, ha explicado Musadik.
La pesadilla comenzó el 15 de enero de 2010, cuando Osama, que entonces trabajaba en Bagdad como técnico en petróleo, fue detenido en su oficina acusado de haber matado más de un año antes a un militar iraquí.
Fue recluido en un centro de detención secreta. Según sus familiares, allí lo golpearon con objetos punzantes, le dieron patadas, lo dejaron suspendido de los brazos, le causaron heridas con una taladradora y le aplicaron descargas eléctricas en todo el cuerpo para que “confesara” el crimen.
Las pruebas a favor de Osama son aparentemente abrumadoras. Su jefe dijo que a la hora del homicidio Osama estaba en su puesto de trabajo, a 120 kilómetros del lugar donde se cometió el crimen. Otro procesado en la causa que inicialmente había declarado contra él se retractó más tarde de su declaración. Quienes declararon ante el tribunal no eran testigos oculares del homicidio.
Los abogados de Osama presentaron incluso fotografías tomadas por el Instituto Médico Forense de Bagdad en las que se veían “20 zonas de decoloración” de diversas formas y tamaños que sustentaban las denuncias de tortura.
Pero no fueron suficientes.
La “confesión” forzada de Osama se utilizó como prueba principal en un simulacro de juicio que solo duró un día, en diciembre de 2011. Fue declarado culpable en aplicación de la Ley Antiterrorista de Irak y condenado a muerte.
Ahora, este padre de dos hijos pasa cada hora esperando que en cualquier momento los guardias de la Prisión Central de Nasseriya, en la gobernación de Dhi Qar (sur de Irak), vengan a sacarlo de su celda para llevarlo al patíbulo.
La única salida
La esposa de Osama, Najap, lo visitó el mes pasado y después contó a Musadik las deplorables condiciones que había en la cárcel.
“Najap me contó que Osama estaba encadenado de pies y manos. Que lo torturan a diario, y que lo han llevado dos veces al patíbulo para asustarlo antes de volver a meterlo en su celda. Juegan con su mente. Lo torturan psicológicamente, lo tratan como un animal. Hasta los animales tienen más derechos”, ha dicho Musadik.
“Sus hijos tienen ya cuatro y cinco años. Su esposa está desesperada y sufre mucho. Antes de que lo detuvieran, Osama había comprado una parcela y estaba empezando a construir su casa y su vida con su familia; entonces pasó todo esto.”
La madre y los dos hermanos de Osama han huido a Turquía después de recibir amenazas de muerte por no haber pagado una indemnización a los familiares del militar muerto.
El de Osama no es un caso excepcional en Irak. En su reciente informe Condenas a muerte y ejecuciones en 2013, Amnistía Internacional documenta al menos 169 ejecuciones en el país en 2013, cifra superior a la de 2012, cuando se documentaron al menos 129. Muchos son ejecutados tras recibir una condena de muerte basada en “confesiones” conseguidas mediante tortura.
“El caso de Osama es un escalofriante ejemplo más de lo que sucede cuando las personas caen presas de un sistema de justicia profundamente defectuoso: que pueden perder la vida”, ha dicho Said Haddadi, investigador sobre Irak de Amnistía Internacional.
“Está fuera de toda duda que el caso de Osama debe ser revisado de inmediato y que los responsables de su tortura deben ser procesados.”
Musadik no ceja en su empeño de salvar a su sobrino y, gracias a él, la causa está ganando terreno. Su meta es salvarlo de la muerte.
“Sólo quiero que lo envíen de vuelta con su esposa y sus hijos. Lo han acusado sin pruebas. He revisado todos los expedientes judiciales y es una farsa. No hay pruebas ni testigos en su contra”, ha dicho Musadik.