Población refugiada: Ya es hora de que el resto del mundo se ponga manos a la obra

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Llegamos al campo de Jarahieh, en el valle de la Becá, a más de una hora de viaje por carretera desde Beirut. En este valle, famoso por su producción de patatas, hay muchas tierras de cultivo; veo gente trabajando en ellas, hace mucho calor, quizás se trate de población refugiada siria.

Cuando llegamos, nos reciben unos niños y niñas. Este campo está lleno de niños y niñas. En todo el mundo, el 50% de las personas refugiadas tiene menos de 18 años. Caminamos por este laberinto de carpas y construcciones improvisadas. Muchos trabajadores –hombres y mujeres– se afanan en reconstruir alojamientos, pues la semana pasadase quemaron unos veinte.

Conversamos con una mujer que se ocupa de la panadería. Nos cuenta con dignidad y precisión el recorrido que hizo para huir del conflicto junto con su familia. Apenas logran conseguir comida; en cuanto a la salud, cuentan con una clínica muy básica gracias a Syrian Eyes, una pequeña organización siria que ayuda a lapoblación refugiada de este campo. Parece que, aquí, los niños y niñas pueden ir a la escuela. Pero el tema delicado sigue siendo la renovación de los permisos de residencia. Desde enero, las autoridades libanesas –a quienes hay que felicitar por haber acogido a 1,2 millones de personas refugiadas procedentes de Siria– están poniendo, sin embargo, una serie de obstáculos insalvables para renovar los permisos de residencia. Tener los documentos en regla es importante, porque permiten acceder a los servicios básicos, demostrar la legalidad de la estancia en el país, obtener otros documentos vinculados, por ejemplo,al nacimiento de los niños y niñas, o salir del campo. Sin documentación oficial, pasas a ser ilegal. Te escondes en el campo, temes salir de él.

Nos sentamos en círculo sobre ladrillos en un refugio improvisadoen construcción yescuchamos a las otras dos personas, hombres, que nos cuentan su historia. Uno de ellos nos dice: “Me fui de Siria porque mi madre, refugiada en Líbano,me lo pidió; no quería perder otro hijo”. No han podido renovar su permiso, y no se atreven. El ejército para a las personas en situación de ilegalidad, las retiene, a veces las golpea. Ya no quieren salir más, la tensión se masca en este campo.

Subimos al tejado de una casa destartalada: es un campo pequeño, con casi 200 familias. Líbano no quiere campos oficiales, temiendo que se establezcan de forma permanente como los de refugiados palestinos. En Líbano hay cientos de campos como este, con los mismos procedimientos que, sin embargo, se aplican de forma diferente en cada lugar, y con las mismas dificultades. La población siria es espabilada, encuentra recursos para sobrevivir y en seguida se pone manos a la obrapara construirse un refugio donde cobijarse, pagar la renta por el trozo de tierra que han alquilado, conseguir comida, curarse o encontrar una escuela.

En el mundo hay miles de campos como este. 52 millones de personas desplazadas. 16 millones de personas refugiadas. Y otro millón que necesitan desesperadamenteser reasentadas. Siria, pero también África Subsahariana y el Sudeste Asiático. En el mar Mediterráneo, 1.900 muertes solo en 2015. Una crisis mundial que requiere una respuesta mundial, solidaria, organizada y con una financiación adecuada. Los cincopaíses –entre los que se encuentra Líbano– que han acogido al 95% de las personas refugiadas sirias se encuentran al límite de sus capacidades. Los demás países deben ayudarlos: hacer como el avestruz, que esconde la cabeza, reducir los salvamentos, interceptar los barcos de traficantes y negarse a hacerrutas de acceso segurasdista mucho de ser una respuesta a la crisis. Europa, Canadá, y otros tantos, ahora os toca a vosotros. Para evitar más muertes. Para proteger a quienes quedan con vida.

Béatrice Vaugrante, directora general de Amnistía Internacional Canadá (habla francesa)

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