Las calles de Hong Kong están irreconocibles estos días. La estimulante energía que llena las vías principales de la ciudad, llenas de manifestantes esperanzados, es algo que no había visto desde que era una joven estudiante, en 1989, cuando tomamos las calles en solidaridad con los manifestantes de Tiananmen.
Pero ni siquiera entonces salió a la calle tanta gente en Hong Kong… ni la respuesta de la policía fue tan brutal.
Lo que comenzó como una protesta estudiantil hace alrededor de una semana ha ocupado ya grandes zonas de Hong Kong, en las que ciudadanos y ciudadanas reclaman nada más que se les permita decidir cómo se dirige su ciudad y quién la dirige.
Desde el puente peatonal que hay delante de las oficinas del gobierno central casi no puedo creer lo que ven mis ojos: miles de personas sentadas en el suelo, desafiando la lluvia, con carteles que dicen: “Quiero el sufragio universal”.
Uno a uno los oradores y oradoras se turnan para hacer breves intervenciones de cinco minutos, y la multitud aplaude y corea consignas prodemocracia cuando termina cada uno de ellos. La gente cantan canciones que hablan de la libertad.
Las imágenes de la policía lanzando gas lacrimógeno contra manifestantes pacíficos siguen frescas en la mente de todos, pero esta noche la gente parece esperanzada, más positiva. Esta noche no se ve a la policía antidisturbios.
Cuando empezaron las manifestaciones hace unos días, nadie esperaba que los acontecimientos se tornaran tan oscuros.
Al final del viernes, se había unido tanta gente a las concentraciones que la policía declaró ilegales las protestas en la Plaza Cívica y empezó a usar pulverizadores de pimienta contra las personas que estaban allí, lo que aumentó rápidamente la tensión.
Las detenciones comenzaron de inmediato, y se llevaron a muchos esposados, como al líder estudiantil Joshua Wong, de 17 años.
Al día siguiente, los ciudadanos de Hong Kong despertaron airados y las protestas ante las oficinas gubernamentales aumentaron de nuevo hacia la noche. Cientos de personas acudieron al anochecer, muchas de ellas equipadas con gafas protectoras, paraguas y rollos de plástico transparente para protegerse en caso de que se usara gas lacrimógeno contra ellos.
La atmósfera era a veces festiva, y algunos manifestantes se expresaban a través del arte y del baile. Pero la situación empeoró una vez más el domingo, cuando se envió a Harcourt Road a la policía antidisturbios con todo su equipo, que se enfrentó a miles de hombres y mujeres que caminaron hacia ellos en desafío.
Miles de paraguas se abrieron como escudos contra el gas lacrimógeno.
Venus Cheng, vicepresidenta de Amnistía Internacional Hong Kong, me contó que fue testigo de la intensificación de la violencia.
“Hacia las 7 de la tarde, la gente que estaba en el puente sobre nosotros vio acercarse a una multitud de policías antidisturbios. Algunos jóvenes trataron de detenerlos y fueron atacados. Un manifestante fue golpeado incluso después de haber caído al suelo.”
Venus trató de sacar de allí al hombre, pero terminó recibiendo un empujón con el escudo de un policía. Cuando se volvió a poner de pie, un segundo policía le pulverizó pimienta directamente a la cara, mientras otro le golpeaba en el muslo con la porra.
Minutos después, la policía volvió a lanzar gas lacrimógeno, lo que obligó a Venus a retirarse con el resto de los manifestantes a otro distrito.
“Aunque llevaba gafas protectoras y una mascarilla, el gas me daba náuseas y me hacía vomitar, y no podía mantener los ojos abiertos mientras corría”, dijo. El enfrentamiento entre la policía y los manifestantes siguió hasta las 4 de la madrugada del lunes.
Gracias al enérgico clamor de la opinión pública ante la severa represión policial, las autoridades retiraron a la policía antidisturbios el lunes y permitieron de nuevo el acceso a los alrededores de las oficinas gubernamentales. Pero nadie sabe cuánto tiempo durarán las manifestaciones ni cuál será la reacción de la policía.
La situación sigue siendo tensa.
“¿Qué significan estas protestas?”, me preguntan amigos de todo el mundo. No existe una respuesta sencilla.
En los últimos días se han oído ecos de la palabra Tiananmen en la radio, en la televisión y en las calles, pero aún está por ver si estas protestas son diferentes y si anuncian algún cambio.
Mientras tanto, lo que es evidente es que la gente está dispuesta a decir lo que piensa, y eso es precisamente lo que necesitan Hong Kong y China continental.