«No era ningún secreto, me iban a matar»

La piel que cubre la frente de Sasha y le rodea los ojos es ligeramente amarilla, y tiene una costra reciente en la sien. Está cicatrizando bien.

Diez días antes de nuestra entrevista, este joven de 19 años estaba casi irreconocible: tenía la piel de la cara tirante, hinchada y amoratada. Tras ser secuestrado y torturado, Sasha se considera afortunado de seguir vivo.

Cuando, en abril de 2014, la ciudad de Luhansk, en el este de Ucrania, cayó bajo el control de grupos separatistas armados, Sasha era un objetivo evidente.

Formaba parte de un “equipo de autodefensa” creado para proteger a los activistas pro ucranianos durante los enfrentamientos con contramanifestantes contrarios a Kiev en las calles de Luhansk. Apenas había policías presentes, y los que había no hacían nada para proteger a los manifestantes.

Sasha nos muestra orgulloso una foto en su teléfono móvil en la que se ve a un joven con un pasamontañas en la “primera línea” de las protestas. “Ese soy yo”, alardea.

No cabe duda de que ese es el motivo por el que fue atacado.

Sasha cree que fue otro miembro del grupo de autodefensa el que lo entregó. Ese otro miembro llamó a Sasha diciendo que acababa de regresar de Kiev y que traía noticias de las que tenían que hablar. Sasha accedió a reunirse con él ante el bloque de apartamentos en el que vivía, hacia las ocho de la tarde de ese mismo día. Sin embargo, cuando llegó, su amigo no estaba. En su lugar, un grupo de hombres armados salieron de unos automóviles aparcados, disparando al aire y gritándole a Sasha que se echara al suelo.

“Mi primera reacción fue huir, fue un shock”, dice. “No entendía qué pasaba, y no sabía quiénes eran esas personas. Eché a correr, pero me dispararon cerca de las piernas. Me eché al suelo porque no había a dónde huir. Entonces empezaron a golpearme en la cabeza con sus armas. Me dieron patadas y puñetazos, me esposaron y me llevaron al auto.”

Algunos de los hombres registraron el apartamento de Sasha mientras él permanecía en el automóvil, donde le propinaron numerosos puñetazos y patadas hasta que regresaron. Desde allí lo llevaron, con los ojos vendados, al edificio del Servicio de Seguridad de Ucrania, que el grupo armado había ocupado. En una habitación del segundo piso lo interrogaron sobre su papel en las protestas. Sus captores querían que les diera las direcciones de otros activistas y detalles sobre el ejército ucraniano. Incluso lo acusaron de estar a sueldo de Estados Unidos.

“Había mucha gente. Lo primero que hicieron fue empezar a darme puñetazos: Me los daban en la cara […] en los brazos y en las piernas. No era ningún secreto: me dijeron que me iban a matar. Al cabo de media hora o 40 minutos dejas de sentir dolor. Empecé a perderme, perdí la consciencia”, nos cuenta.

Según su relato, cuando se desmayó lo arrojaron a un sótano. Cada vez que recuperaba la consciencia, lo llevaban arriba para volver a interrogarlo. En cada ocasión, la tortura se iba haciendo más y más brutal.

Sasha describe cómo lo golpeaban con cualquier cosa que tuvieran a mano, incluida una silla, lo despellejaban con mangueras de plástico y lo asfixiaban. También describe cómo le ponían cables en las muñecas y le aplicaban descargas eléctricas. Luego nos muestra una profunda costra en la parte interior del muslo. Tiene un agujero del tamaño de una falange.

“Agarraban un cigarrillo, me lo apagaban en la pierna, y luego apagaban otro en ese mismo agujero […] ¿Cómo pueden hacer algo así a otra persona? No es normal”, implora mientras señala la herida en proceso de cicatrización.

Sasha nos cuenta que lo torturaron una y otra vez durante 24 horas, y lo llevaron a la habitación de la segunda planta una docena de veces. Finalmente lo arrojaron de nuevo al sótano.

“Estaba tirado en el sótano cuando se abrió la puerta y un hombre me puso un arma en la cabeza y me dijo: ‘sal al pasillo, y no digas nada’. Mientras recorría el pasillo, la gente armada que estaba allí me decía: ‘adiós, te van a matar’.”

“Sólo pensaba en una cosa: muero por nada. No muero como un héroe de Ucrania, ni muero por algo que haya hecho; muero por nada.”

Pero no lo mataron. A través de la red de amistades de la familia, su padre se había puesto en contacto con sus secuestradores. En un plazo de tres horas había tenido que reunir 60.000 dólares estadounidenses para salvar a su hijo.

A Sasha lo llevaron a un edificio abandonado en un parque. Le dijeron que se sentara en el alféizar de una ventana y que no se moviera, o un francotirador le dispararía. Fue allí donde su padre lo encontró. Ayudó a su hijo a entrar en el automóvil y lo condujo inmediatamente a la estación de tren. Allí, metió a Sasha, con las ropas aún ensangrentadas, en un compartimento de un tren con rumbo a Kiev, y le dijo adiós.

Sasha ahora comparte una habitación con su madre en las afueras de la capital, en un deteriorado bloque de apartamentos. Está desesperado por encontrar trabajo, no sólo para pagar el alquiler, sino para devolver a su familia y sus amigos el dinero de su rescate.

“Ahora vivo en otra ciudad. Lo he perdido todo: mi apartamento, mi automóvil, todo lo que tenía. Tengo que encontrar un empleo; lo único que tengo es mi pasaporte en el bolsillo. Necesito dinero para pagar este apartamento, y tengo que devolver dinero a las personas de Luhansk que se lo dieron a mi familia. ¡Sesenta mil dólares!”, dice con aire de desesperación.

No hay nada que pueda justificar las palizas y las demás torturas que Sasha sufrió durante su secuestro. Lo más triste no es sólo su pérdida material, sino la manera en que su terrible experiencia le ha endurecido. Cuando le preguntamos por su futuro, sus ojos brillan de furia.

“Volveré a Luhansk, y continuaré la guerra”, dice.

 

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