Los «más buscados» de Tiananmen: Cuatro inspiradores activistas recuerdan la represión – Primera parte

AMNISTÍA INTERNACIONAL
ARTÍCULO

Hace 25 años, el Ejército Popular de Liberación chino abrió fuego contra manifestantes desarmados en la icónica plaza de Tiananmen, en Pekín.

Cientos, si no miles, de personas murieron o resultaron heridas la noche del 3 al 4 de junio de 1989, cuando los tanques entraron en la plaza para aplastar uno de los movimientos en favor de la democracia más grandes de la historia.

Tras la sangrienta represión, las autoridades publicaron los nombres de los «más buscados» por su papel en las protestas. Además de los activistas estudiantiles que encabezaron el movimiento, entre las personas señaladas por las autoridades se encontraban también trabajadores corrientes y otras personas que se habían sentido inspiradas por su lucha.

En la primera de una serie de dos partes, dos de las personas cuyos nombres estaban entre los «más buscados» cuentan a Amnistía Internacional su extraordinaria historia y comparten sus esperanzas para la China actual.

Shen Tong: «No creíamos que el gobierno cometería semejante atrocidad»
Shen Tong fue un líder reacio de las protestas estudiantiles de 1989. Pese a que sólo tenía 20 años, muchos de sus compañeros de la Universidad de Pekín lo consideraban un activista veterano.

“La gran mayoría quería reformas, no una revolución. Realmente nos considerábamos patriotas. Creíamos que estábamos ayudando al gobierno», explica Shen Tong desde su casa de Nueva York, donde ahora dirige una exitosa empresa de medios de comunicación.

Cuando el gobierno declaró la ley marcial el 20 de mayo, el apoyo a los estudiantes que habían estado protestando en la plaza de Tiananmen creció entre los trabajadores corrientes.

“Lo que más aceleró la protesta fue la arrogancia del gobierno. Cada vez se unía más gente. Por aquel entonces, algunos residentes de Pekín consiguieron impedir que las tropas entraran en Tiananmen. Te levantaba la moral de una manera increíble. Nos sentíamos invencibles. Habíamos desafiado al gobierno en su primer intento de poner fin a las protestas.»

“Las tropas estaban atrapadas en Pekín y sus alrededores. Ancianas, madres con sus bebés en brazos, trabajadores, daban discursos diarios a los soldados sobre de qué trataba el movimiento y por qué las tropas debían marcharse.»

“Aquella era la atmósfera antes de la masacre. Estábamos agotados, pero más vivos que nunca.”

La noche de la represión, Shen estaba en la casa de su familia, en Pekín. Había regresado para estar con su madre, porque su padre estaba gravemente enfermo en el hospital.

“La enfermedad de mi padre probablemente me salvó la vida. Me sentí obligado, como hijo, a quedarme con mi madre. De lo contrario, habría estado en Tiananmen.»

“Mi barrio estaba cerca de la avenida Chang’an, donde se produjeron la mayor parte de los homicidios. Es por eso por lo que vi el inicio de la masacre: los soldados abriendo fuego contra los manifestantes.”

“Al principio creímos que eran balas de goma. No nos tomamos en serio lo que decían sobre la munición real. No creíamos que el gobierno cometería semejante atrocidad.»

Pero las armas de los soldados estaban cargadas con balas de verdad. El ejército tenía órdenes estrictas de despejar la plaza de manifestantes antes de las seis de la mañana del 4 de junio.

“Cuando filas y filas de tanques avanzan juntos, el suelo tiembla.»

“Finalmente nos dimos cuenta. Vi a gente con la camisa ensangrentada; personas a las que subían a los tejados para ponerlas a salvo y poder llevarlas al hospital. La calle no era segura, las balas volaban por todas partes.”

Shen arrastra una pesada carga a consecuencia de los horrores de aquella noche: “Sé que es irracional, pero me siento responsable de aquellas muertes. Es algo que me ha acompañado durante 25 años.»

Ha analizado una y otra vez qué podrían haber hecho los estudiantes de manera diferente.

“Al echar la vista atrás, pienso que éramos demasiado ingenuos. Una protesta así en un Estado policial es un cambio de paradigma. Nadie sabe dónde está la línea. Estábamos redefiniendo esa línea.”

Inmediatamente después del 4 de junio, Shen recibió ayuda de amigos y de desconocidos para esconderse de las autoridades. Pese a estar en la lista de los «más buscados», pudo partir sin disfrazarse del aeropuerto de Pekín el 11 de junio. Subió a bordo de un vuelo con rumbo a Tokio, y de allí a Boston, Estados Unidos.

Continuó con sus estudios y, al mismo tiempo, hacía campaña incansable por los derechos humanos en China.
En agosto de 1992, decidió regresar a Pekín. Fue detenido y pasó dos meses en prisión antes de ser devuelto a Estados Unidos.

“El actual régimen chino es la estructura mafiosa más grande y más brutal que ha conocido la humanidad. La década de 1980 era mucho más prometedora. Por terrible que fuera, era menos brutal que hoy día.»

“No me importa si la versión oficial cambia o no. Sabemos lo que sucedió. Conseguimos contárselo al mundo.”

Lu Jinghua: «Un cuerpo cayó a mi lado, luego otro»

En la primavera de 1989, Lu Jinghua se ganaba la vida vendiendo ropa en un pequeño puesto en Pekín. Cada mañana, de camino al trabajo, esta madre de 28 años pasaba por la plaza de Tiananmen y veía a los estudiantes que protestaban.

“Me despertó el interés, y me acerqué a ellos a preguntarles por qué. Apoyaba firmemente su petición de que se pusiera fin a la corrupción. Así que les llevaba agua y comida», recuerda Lu Jinghua, con su voz clara y autoritaria.

Unos días después de imponerse la ley marcial, Lu se unió a la Federación Autónoma de Trabajadores de Pekín en la plaza de Tiananmen. Aquella decisión cambió su vida.

“Me ofrecí voluntaria para hacer de locutora a causa de mi voz. Me colocaba en la plaza de Tiananmen y anunciaba las últimas noticias por los altavoces. Por la noche, dormía en una tienda en la plaza.»

“Iba a las fábricas a hacer anuncios especiales, a instar a los trabajadores a venir a apoyar a los estudiantes. Realmente disfruté aquellos días. Era feliz. Aquel movimiento cambió mi vida.»

Pero entonces, el 3 de junio, un día después del primer cumpleaños de su hija, el ejército inició su asalto para despejar la plaza de Tiananmen.

“Estaba furiosa con el gobierno. Anuncié por el altavoz: ‘El gobierno chino trata de matarnos’. Vi cómo mataban y herían a gente. Cuando los tanques se aproximaron a la plaza, hacia las dos y media de la mañana del 4 de junio, dije a los estudiantes: ’Tenéis que marcharos. Si os quedáis, os matarán’.»

“El ejército se acercaba, y teníamos que marcharnos. Las balas silbaban a mi alrededor, y alcanzaban a la gente. Un cuerpo cayó a mi lado, luego otro. Corrí y corrí para quitarme de en medio. La gente gritaba pidiendo ayuda, pidiendo ambulancias. Y entonces, alguien más moría.”

Durante varios días tras el 4 de junio, Lu estuvo abrumada por la tristeza: «No podía creer que el gobierno hubiera tratado de matarnos”.

Cuando el gobierno publicó la lista de los «más buscados», ella era la única mujer de entre los seis trabajadores incluidos.

El ejército cayó sobre la casa de su familia. Echaron abajo las puertas a patadas y registraron todas las habitaciones. Gritaron a su madre y a su padre, e incluso apuntaron a su hermana con un arma a la cabeza.

Pero Lu ya se había ocultado. Una semana después de la represión había abandonado Pekín y había viajado a Guangzhou, en el sur de China.

“Me iba a alojar en un hotel, pero vi que mi foto de la Iista de los ‘más buscados’ estaba colgada en la recepción. Estuve escondida durante dos meses. Llamé a mis contactos en Hong Kong para suplicarles ayuda. No sabía si debía marcharme o quedarme. Si no trataba de huir, estaría en peligro, pero mi hija sólo tenía un año. No la había visto desde hacía meses. Era una decisión imposible.
Pero tenía que salvar mi vida, y por eso acepté que tenía que marcharme.”

Los contactos de Lu en Hong Kong la ayudaron a planear su huida. En plena noche, ella y otras cinco personas nadaron río arriba hasta una pequeña embarcación. De allí las llevaron a una lancha motora, y en ella al mar.

Lu consiguió ponerse a salvo en Hong Kong y, en diciembre de ese año, voló a Nueva York, donde le concedieron el estatuto de refugiada.

“Pude hacer una llamada telefónica a mi madre y mi hija. Lloré en el teléfono. No había visto a mi hija desde hacía seis meses. Le dije a mi madre: ‘Trabajaré con todas mis fuerzas para dar una buena vida a mi familia, a mi hija’.”

La voz se le quiebra cuando recuerda el dolor de verse separada de su familia.

En 1993, trató de regresar a China para verlos: “Cuando salí del avión, las autoridades me interceptaron. Veía a mi madre, con mi hija en brazos, al otro lado de la puerta, pero la policía no me dejó hablar con ellas.»

«Lo único que quería era saludarlas. Los policías me agarraron del brazo y me dieron patadas. Se me llevaron y me enviaron de vuelta a Estados Unidos. No pude ver a mi familia.”

Tendría que esperar otro año más para reunirse con su hija, que pudo unirse a Lu en Estados Unidos el 16 de diciembre de 1994.

Cuando su madre murió en 1998, y su padre un año después, las autoridades chinas negaron a Lu el visado para asistir al funeral.

En Nueva York, Lu siguió haciendo campaña en favor de los derechos de los trabajadores. Fue representante de un sindicato de trabajadores del sector textil, antes de convertirse en agente inmobiliaria.

Veinticinco años después, se siente orgullosa de lo que lograron las protestas de la plaza de Tiananmen.

«Jamás olvidaremos lo que pasó. Era lo que había que hacer. Yo era joven, y opté por hacer algo. Aún creo en ello. Aún lucho por los derechos humanos en China.»

“Yo sólo era una mujer de 28 años que pasaba por la plaza de Tiananmen con mi bicicleta. Nadie me respetaba, pero después de aquello la gente quería oír lo que yo tenía que decir.”

Y Lu tiene claro lo que quiere oír decir al gobierno chino.

“Lo que quiero es que el gobierno diga que lo siente. Que se disculpe por lo que hizo en 1989. Nos deben una disculpa.”

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