De Gauri van Gulik, Deputy Europe Director at Amnesty International, @GaurivanGulik
Un solemne minuto de silencio. En todo el mundo, es la respuesta tradicional cuando unas vidas quedan truncadas por la tragedia.
Ha sido también la reacción habitual a las tragedias en Europa y frente a sus costas que han segado la vida de miles de refugiados y migrantes. No han muerto bajo las bombas en Siria, sino cuando hacían un terrorífico viaje en busca de seguridad y una vida mejor en Europa.
Pero la magnitud de estas tragedias y su rápida sucesión exigen romper el silencio.
Como tanta gente en todo el mundo, retrocedí espantada al ver que, en sólo dos días, tres nuevas tragedias se añadían a la lista creciente de episodios que han hecho que este año ya se hayan alcanzado cifras récord de migrantes y refugiados muertos prematuramente. Según el ACNUR, desde el 1 de enero de 2015 ya son 2.500 las personas que han perecido de camino a Europa.
El miércoles fueron localizados 52 cadáveres en el interior del casco de una embarcación que estaba a unas 30 millas náuticas de la costa de Libia.
El jueves, la policía de Austria descubrió los cadáveres de 71 personas, entre las que había niños, que estaban apelotonados en el interior de un camión abandonado en la cuneta de la autopista principal que une Budapest con Viena. La policía ha dicho a los medios de comunicación que se sospecha que los muertos eran de origen sirio y que murieron por asfixia.
Y por último, anoche conocimos la noticia de otro trágico naufragio frente a la costa de Zuwara, Libia. Hoy todavía no se conocían bien los detalles y proseguían la búsqueda y el recuento de cadáveres; se teme que hayan muerto hasta 200 personas.
Lo que caracteriza a las tragedias es que no suelen ocurrir habitualmente y suceden de manera inesperada, a gente corriente que se ve arrastrada por circunstancias extraordinarias. Los horrores que hemos presenciado esta semana no eran ni inesperados ni singulares.
Que esté muriendo gente por docenas, ya sea hacinada dentro de un camión o de un barco, cuando se dirigen en busca de seguridad o una vida mejor, es un trágico dedo acusador que señala el fracaso de los dirigentes europeos a la hora de proporcionar rutas seguras para llegar a Europa. Que esté pasando a diario es una vergüenza para Europa en su conjunto.
En Viena el jueves, no muy lejos del lugar donde la policía hizo el macabro hallazgo, los dirigentes de la Unión Europea se reunían con altos representantes de Estados miembros clave de la Unión Europea y de Estados de los Balcanes Occidentales. Aunque no figuraba en el orden del día inicial, el asunto del tratamiento de los refugiados en la región enseguida ocupó un primerísimo lugar en la reunión.
Y no faltaban motivos: esa misma semana, Amnistía había enviado informes desde la frontera meridional de Macedonia con Grecia, donde hasta un total de 4.000 refugiados habían quedado atrapados con el cierre de la frontera por parte de Macedonia. Unidades de la policía paramilitar bloquearon el paso fronterizo con alambre de cuchillas y dispararon granadas paralizantes contra las familias consternadas que venían huyendo de la guerra en Siria.
Otra persona de mi delegación se reunió con una mujer de Damasco que tenía cuatro hijos y se aferraba con fuerza al más pequeño en medio de las explosiones de granadas paralizantes en las proximidades: “Esto me recuerda a Siria. Asusta a los niños; nunca imaginé que me encontraría con esto en Europa. Nunca, nunca», repitió.
Más al norte en la ruta migratoria de los Balcanes, en Hungría, esta semana la policía disparó gas lacrimógeno en el interior de un centro de acogida masificado, y las autoridades húngaras están en proceso de instalar una alambrada de cuchillas a lo largo de toda la frontera con Serbia para impedir la entrada de refugiados y migrantes.
Por otra parte, una delegación de Amnistía Internacional ha vuelto recientemente de Lesbos, una de las islas griegas que están en primera línea de la crisis de refugiados en Europa. Las autoridades, sobrepasadas y sin recursos suficientes, no podían hacer frente al brusco aumento del número de personas que llegaban a la isla: 33.000 sólo desde el 1 de agosto. Como consecuencia, miles de personas, entre ellas muchos refugiados sirios, soportan condiciones de miseria.
Todas estas crisis son sintomáticas del mismo problema: Europa no acepta su responsabilidad en una crisis global de refugiados sin precedentes en la Historia. No crea rutas seguras para los refugiados, que respeten los derechos y las necesidades de protección de las personas con la dignidad a la que tienen derecho.
Entonces, ¿qué se puede hacer? No más minutos de silencio; ya hemos tenido suficientes. Ya es hora de ejercer el liderazgo.
Los dirigentes europeos, al menos algunos de ellos, parecen haber captado el mensaje.
En la cumbre de Viena hubo menos llamamientos a la Fortaleza Europa y a mantener a la gente fuera de sus murallas, y más llamamientos a la solidaridad y la responsabilidad.
La vicepresidenta de la Comisión Europea, Federica Mogherini, no pudo ser más clara en sus comentarios al término de la reunión. Europa, dijo, tiene la «obligación moral y jurídica» de proteger a los solicitantes de asilo.
Sin duda usó las palabras acertadas. Pero ahora deben reflejarse en la adopción de medidas.
Amnistía Internacional lleva años pidiendo que se adopte este enfoque para toda Europa, pero los recientes acontecimientos demuestran que la necesidad de adoptarlo nunca ha sido tan apremiante como ahora. ¿Podríamos estar llegando a un punto de inflexión?
Los dirigentes europeos en todos los niveles deben mejorar la protección y extenderla a un mayor número de personas, hacer un mejor reparto de responsabilidades y demostrar solidaridad con otros países y con los más necesitados.
Como mínimo, deben formar parte de su respuesta un aumento considerable del número de plazas de reasentamiento de refugiados –las propuestas actuales resultan insignificantes si se comparan con el dato de que Turquía acoge a más de 1,8 millones de refugiados sirios–, la expedición de mayor número de visados por razones humanitarias y más modalidades de reunificación familiar.
De otro modo, sería un fracaso moral y de derechos humanos de proporciones trágicas: y ante algo así, sencillamente no podemos guardar silencio.