En vez de marcharse de Siria, Khartabil utilizó sus conocimientos para luchar pacíficamente por la libertad y asegurarse de que el mundo podía oír las voces que las autoridades sirias intentaban silenciar
Anna Neistat
Bassel Khartabil fue una de las primeras personas que conocí en Siria en la primavera de 2011. Aún no habían empezado los bombardeos, la destrucción sin sentido, los asedios, el hambre ni el desplazamiento masivo.
Por primera vez en la historia contemporánea de Siria, las protestas pacíficas se extendían por todo el país en demanda de libertad y respeto de los derechos humanos. Casi al instante, el gobierno comenzó a reprimirlas.
Yo había ido allí para documentar los primeros crímenes que las autoridades sirias habían empezado a cometer en este brutal conflicto: homicidios de manifestantes y activistas pacíficos, detenciones masivas y tortura. Era difícil encontrar testigos, especialmente del sur del país, así que, si no hubiera sido por Bassel, probablemente no habríamos logrado documentar esas violaciones de derechos humanos.
Todavía añoro su irónico sentido del humor. A Bassel, parecía irle muy bien. Tenía un lucrativo negocio de desarrollo de software y salía ya con su futura esposa. Podría haber seguido llevando su cómoda vida o haberse marchado de Siria y prosperado en otro sitio. Podría haber sobrevivido.
Pero eligió quedarse.
Decidió utilizar sus conocimientos para luchar pacíficamente por la libertad, los derechos humanos y la igualdad, en contra de un gobierno opresivo. Promovía la libertad de expresión y el acceso a la información por Internet. Se aseguraba de que el mundo pudiera oír las voces que las autoridades sirias intentaban silenciar. Buscaba, reunía y distribuía información que un día formará, sin duda, parte del acta de acusación contra las autoridades sirias.
Bassel era cuidadoso y hacía todo lo posible para proteger a sus fuentes. Pero no se protegía a sí mismo.
Años sin saber
En marzo de 2012, los servicios sirios de Inteligencia Militar lo detuvieron en Damasco. Lo tuvieron ocho meses recluido en un lugar no revelado y lo torturaron. Le negaron el contacto con su familia y con cualquier otra persona.
Luego hubo un rayo de esperanza: su familia supo que seguía vivo y que lo habían trasladado a la prisión de Adra, en Damasco. Personas de todo el mundo, entre ellas miles de miembros de Amnistía Internacional, hicieron campaña para conseguir que fuera puesto en libertad.
Durante su reclusión, Bassel recibió varios galardones, como el Premio a la Libertad de Expresión 2013, que le concedió la organización Index on Censorship por utilizar la tecnología para promover un Internet abierto y libre. En 2012 figuró entre los 100 Pensadores Globales de la revista Foreign Policy por “insistir pese a todo en una revolución siria pacífica”.
Teníamos buenas razones para temer por su vida. Durante todos estos años, Amnistía Internacional ha documentado los horrores que se cometen en las prisiones y los centros de los servicios de seguridad sirios. Decenas de miles de personas han desaparecido en una red de cárceles concebidas para humillar, degradar, hacer enfermar y pasar hambre y, a la larga, matar a quienes son encerrados en ellas.
Las personas recluidas allí soportan terribles condiciones, no tienen contacto con sus familias ni con abogados y son sometidas a tortura y a ejecución extrajudicial. Amnistía Internacional ha entrevistado a centenares de testigos –personas que han estado detenidas o que han sido militares– que describen con horroroso detalle su experiencia dentro de esas prisiones.
La organización calcula que, sólo en la prisión militar de Saydnaya, entre 2011 y 2015 fueron ejecutadas extrajudicialmente y en secreto nada menos que 13.000 personas. Los testigos han descrito cómo se llevan a cabo estas ejecuciones.
Antes de la ejecución se golpea brutalmente, durante varias horas, a las personas detenidas. Con los ojos vendados, comparecen en caóticos “juicios” celebrados en plena noche ante el Tribunal Militar de Campaña, donde se las informa de que han sido condenadas a muerte sólo unos minutos antes de ponerles la soga al cuello. Sus cadáveres se sacan en camiones para enterrarlos en secreto en fosas comunes.
Hay que parar la máquina de matar
Siempre que pensábamos en Bassel, nos acechaban estos testimonios escalofriantes. Pero nunca quisimos creer que a él pudiera ocurrirle un día algo así. Su familia supo por última vez de él en octubre de 2015, cuando consiguió comunicarles que iban a sacarlo de la prisión de Adra para llevarlo a un lugar no revelado.
La semana pasada se tuvo noticia de lo que más temíamos. Poco después de su traslado, Bassel había sido “condenado a muerte” a puerta cerrada por un tribunal militar de campaña y ejecutado extrajudicialmente.
No hay palabras para consolar a su familia. No hay palabras para consolar a los millares de familias sirias más que viven a diario con la angustia de no saber qué les ha ocurrido a sus seres queridos desde que los detuvieron.
La vida de Bassel ejemplificaba lo mejor de la sociedad siria. Encarnaba la esencia del movimiento pacífico de protesta que fue secuestrado luego por los grupos armados y utilizado en las manipulaciones políticas entre Estados Unidos, Irán, Arabia Saudí, Turquía y otros países.
Su muerte es un triste recordatorio de lo que el gobierno sirio lleva años haciendo con el pretexto de combatir el terrorismo: hacer “desaparecer”, torturar y matar a personas detenidas ilegalmente.
No podemos devolver a la vida a Bassel. Pero hay al menos tres cosas que debemos hacer y haremos para honrar su memoria.
Redoblaremos nuestros esfuerzos por proteger y apoyar a las personas como Bassel en su lucha desigual contra la represión y la injusticia. Continuaremos documentando meticulosamente las violaciones de derechos humanos cometidas en Siria para que un día quienes mataron a Bassel se enfrenten a la justicia.
Y pediremos una y otra vez a Rusia y a todo otro gobierno pertinente que utilice su influencia sobre las autoridades sirias para parar esta máquina de matar antes de que se pierdan miles de vidas más.
Anna Neistat es directora general de Investigación en Amnistía Internacional. Antes de incorporarse a nuestra organización, fue durante más de 10 años directora adjunta de Programas y Emergencias de Human Rights Watch y ha realizado más de 60 investigaciones en zonas de conflicto de todo el mundo, como Siria, Afganistán, Pakistán, China, Zimbabue, Nepal, Kenia, Yemen, Chechenia, Sri Lanka y Haití. Se licenció en Derecho en la Facultad de Derecho de Harvard, es doctora en Derecho y posee un máster en Historia y Filología. Es miembro del Colegio de Abogados del estado de Nueva York e imparte clases en el Instituto de Estudios Políticos de París
Las opiniones expresadas en este artículo son de la autora y no reflejan necesariamente la política editorial de Middle East Eye.