De Margaret Huang. Executive director of Amnesty International USA.
20 enero 2017, 00:01 UTC
El 20 de enero, los ojos del mundo estarán puestos en Washington, DC, mientras un nuevo presidente de Estados Unidos jura su cargo. Donald J. Trump y su gobierno asumirán la responsabilidad de respetar y defender las leyes del país, incluida la obligación de Estados Unidos de proteger los derechos humanos tanto en su territorio como en el extranjero.
Sin embargo, si Trump pone en práctica en la política estadounidense la retórica del miedo y el odio que impregnó su campaña, existe un peligro real de que el enorme poder del gobierno de Estados Unidos tenga un impacto devastador en los derechos humanos de las personas. Las propuestas formuladas por Trump durante su campaña —como, por ejemplo, la de crear un registro de personas musulmanas y prohibir la entrada a Estados Unidos basándose en la religión— recuerdan vergonzosos capítulos de la historia estadounidense, como el encarcelamiento de estadounidenses de origen japonés durante la Segunda Guerra Mundial. En sus discursos, Trump mostró desprecio por las mujeres, las personas de color y las personas con discapacidad, e intentó intimidar a críticos y periodistas.
Además, desde su elección, Trump ha elegido candidatos para su gabinete cuyos historiales y testimonios pasados hacen temer respecto a las políticas futuras del gobierno. Rex Tillerson, posible secretario de Estado, se mostró reacio a criticar las violaciones de derechos humanos cometidas en una serie de países, incluidos aquellos con los que ha mantenido estrechos lazos de negocios como consejero delegado de ExxonMobil. En las sesiones ante el Senado, el candidato a fiscal general se ha opuesto reiteradamente a políticas que protegerían los derechos de las mujeres, las personas de color y la comunidad LGBTI.
La táctica de señalar chivos expiatorios y sembrar el miedo desplegada durante su campaña no tiene cabida ni en Estados Unidos ni en ningún otro lugar del mundo. En sus más de 55 años de historia, Amnistía Internacional ha trabajado para hacer que los dirigentes mundiales, incluidos todos los presidentes de Estados Unidos, rindan cuentas de lo que han hecho para respetar y defender los derechos humanos. Donald Trump no será una excepción.
Como presidente, Trump debe abandonar de manera inequívoca sus declaraciones de odio y rechazar públicamente el racismo y la discriminación. Si no lo hace, habrá consecuencias, no sólo para la población estadounidense, sino para la de todo el mundo.
Trump ha recurrido repetidamente a afirmaciones falsas, basadas en estereotipos desagradables y demostrablemente falsos, sobre las personas que buscan asilo. Debe renunciar a este lenguaje y cumplir los compromisos contraídos por Estados Unidos respecto a las personas refugiadas.
Si Estados Unidos da la espalda a las personas refugiadas, otros países del mundo lo utilizarán como excusa para eludir las obligaciones que han contraído en virtud del derecho internacional. El resultado sería la continua tragedia mundial de tener a 21 millones de personas refugiadas sin lugar al que ir, con la prolongada miseria humana de mujeres, hombres, niñas y niños que viven en campos sin escuelas, empleos ni comida o atención médica adecuadas.
Asimismo, Trump ocupa su cargo en un momento en el que los ataques a las personas que defienden los derechos humanos van en aumento. Desde Moscú a El Cairo, pasando por Standing Rock y Hong Kong, quienes defienden sus derechos sufren persecución, detenciones y ataques. El despiadado rechazo de Trump a quienes discrepan de él es una señal ominosa. Como presidente, debe dejar atrás estas tácticas intimidatorias y comprometerse a respetar y proteger los derechos de los disidentes pacíficos y los defensores y defensoras de los derechos humanos –incluidos los que puedan criticarlo– para proteger el derecho a la libertad de expresión.
Las obligaciones internacionales en materia de derechos humanos que el presidente está obligado a cumplir son importantes y no pueden dejarse de lado. Es absolutamente crucial que el gobierno de Estados Unidos respete, proteja y haga realidad los derechos humanos de todas las personas, sin discriminación de ningún tipo.
Ya hemos visto lo que sucede cuando los líderes mundiales desprecian estas obligaciones y actúan sin conciencia. Si eso vuelve a suceder en Estados Unidos, sólo servirá para fomentar la creencia de otros dirigentes de que pueden continuar con sus abusos contra los derechos humanos sin ningún control. Es hora de que nos unamos y reclamemos al presidente Trump y a su gobierno que respeten los derechos humanos de todas las personas.