Posted on 13 febrero 2014
Donatella Rovera, asesora general sobre respuesta a las crisis de Amnistía Internacional
El cadáver de un niño de 10 años, muerto a tiros, con la mano cortada con un machete.
Los restos de los hijos de un hombre de 76 años que se libró por muy poco de la muerte después de que los combatientes antibalaka le dispararan tres veces y le dieran por muerto.
El cuerpo sin vida de un bebé de seis meses, asesinado brutalmente junto con 12 miembros de su familia delante de su prima, a la que obligaron a ver cómo decapitaban a su padre.
“Mataron a mis hijos sin piedad. Los asesinaron delante de nuestros ojos”, gritaba una mujer musulmana cuyos cuatro hijos varones fueron asesinados por combatientes antibalaka a finales de enero.
Bienvenidos a la vida en República Centroafricana.
En las últimas semanas he viajado por el país con una delegación de Amnistía Internacional. Visitamos la capital, Bangui, y algunas poblaciones del noroeste del país, investigando un caso tras otro de mutilación y muerte.
Cientos de personas, en su mayoría musulmanas, han sido asesinadas brutalmente a manos de milicias antibalaka en las últimas semanas.
Sus casas y comercios han sido saqueados e incendiados; sus mezquitas, reducidas a escombros. Las que aún se mantienen en pie están llenas de grafitis ofensivos.
La situación es ahora tan desesperada que decenas de miles de personas han huido de sus poblaciones. Muchos barrios antes musulmanes están ahora vacíos.
“Todos quieren irse —me dijo un dirigente vecinal en Bouar—. Lo único que esperamos todos es la oportunidad.”
Algunos huyen en automóvil o motocicleta, uniéndose a largas caravanas que escoltan fuera del país las tropas chadianas o las internacionales.
Otros llevan lo que pueden en brazos o a la espalda, y suben a camiones peligrosamente atestados. Algunos tratan de huir a pie, sabiendo que las milicias antibalaka pueden atacar en cualquier momento.
El 16 de enero, por ejemplo, unos 20 civiles, entre ellos varios niños, fueron asesinados a tiros y cuchilladas cuando intentaban huir de la población de Bohong. En otro caso, los combatientes antibalaka pararon un camión en un control en la ciudad de Boyali, obligaron a bajarse a todos los musulmanes y mataron a seis miembros de una misma familia.
Pero incluso para quienes tienen la suerte de salir vivos de República Centroafricana, el futuro es muy precario. Los centros de recepción de Chad están saturados; la comida y el agua son un lujo, es muy difícil encontrar alojamiento y la atención médica es casi inexistente.
No hay duda de que el éxodo de musulmanes de República Centroafricana es una tragedia de proporciones históricas.
Lo sorprendente, sin embargo, es que pese a la desesperada situación, la comunidad internacional les esté fallando.
El despliegue de 5.500 soldados de la Unión Africana y 1.600 soldados franceses en la capital, Bangui, y en poblaciones del noroeste y suroeste del país es insuficiente. Cada día se cometen asesinatos brutales y otros ataques.
La violencia sectaria contra los musulmanes de las últimas semanas era predecible, y Amnistía Internacional ya hizo sonar la alarma el pasado mes de diciembre.
Pero las fuerzas internacionales de paz no han detenido la limpieza étnica. Obviamente, no cabía esperar que estuvieran en todas partes o que apostaran un soldado delante de cada casa, pero podían y deberían haber hecho más. Para las decenas de miles de musulmanes que ya se han visto obligados a huir del país es demasiado tarde, pero quedan más en el país y están en peligro.
Existe la necesidad real de que se tomen medidas urgentes para proteger a los hombres, mujeres, niños y niñas musulmanes que aún están en el país. Las fuerzas internacionales de paz deben romper el control de las milicias antibalaka y estacionar tropas suficientes y bien respaldadas en las poblaciones donde los musulmanes corren peligro.
También deben desplegarse para proteger a la población civil de otras partes del país, sobre todo en las zonas al este de la capital, donde se están reagrupando las fuerzas del anterior régimen de Seleka y donde existe el riesgo de que vuelva a estallar la violencia sectaria.
Cualquier otra cosa será simplemente una catástrofe.
Una primera versión de este texto se publicó en The Independent el 12 de febrero de 2014.