26 junio 2014
Ali al Akermi pasó casi 30 años como preso de conciencia en Libia durante el régimen del coronel Muamar al Gadafi, 18 de ellos en la tristemente célebre prisión de Abu Salim, donde soportó años de tortura y malos tratos.
En 1973, Ali al Akermi era un activista político de 22 años en Libia con toda la vida por delante.
La noche del 15 de abril de ese año, el coronel Muamar al Gadafi se dirigió a la nación en un histórico discurso pronunciado en Zuwara, una ciudad costera situada al oeste de Trípoli, en el que anunció el comienzo de una “revolución popular” y juró acabar con toda oposición política.
Ese día, la vida de Ali cambió para siempre.
Su madre, que estaba escuchando el discurso, alertó a su hijo, por temor de que, por ser miembro de un grupo opositor libio, el Partido de Liberación Islámica, pudiera correr peligro. Ali comenzó de inmediato a destruir cualquier prueba de su activismo político. “Tenía una multicopista y muchos libros prohibidos; me deshice de todos ellos”, dice.
Dos días después, los peores temores de su madre se confirmaron. Cuando Ali volvió a su casa del trabajo el 17 de abril, tres agentes de inteligencia libios lo estaban esperando ante la puerta principal de la casa. Se dirigieron directamente a la biblioteca y comenzaron a hojear su colección de libros. Le dijeron que los acompañara a la comisaría de policía para hacerle más preguntas.
“Me dijeron que no serían más que cinco minutos”, recuerda Ali con gran ironía.
En ese momento no tenía el menor indicio de que no quedaría en libertad hasta que tuviera 52 años. Lo que iba a ser un rápido viaje a la comisaría de policía terminó siendo una estancia de casi tres decenios en la cárcel. La madre de Ali nunca volvió a ver a su hijo.
Horrores de Abu Salim
Ali al Akermi pasó 18 años, desde octubre de 1984 hasta septiembre de 2002, en la tristemente célebre prisión de máxima seguridad de Abu Salim, en Trípoli. Este nombre sigue provocando pesadillas a muchos libios debido a los desgarradores relatos de tortura y otros malos tratos que han trascendido de su interior.
“La tortura era una práctica habitual y sistemática dentro de las prisiones de la policía militar”, dice Ali. “Nos abrían las rodillas con cuchillas de afeitar y nos ponían sal en las heridas para que se disolviera. Extraían dientes y uñas.”
En otras ocasiones, dice, calentaban barras de hierro en llamas y se las insertaban a los presos en el ano. Los guardias también soltaban perros de ataque militares adiestrados contra los reclusos.
La mayoría de los presos eran golpeados habitualmente sin ningún motivo. A otros los amenazaban a punta de pistola; a menudo les decían que toda su familia sería objeto de abusos sexuales para obtener confesiones forzadas.
Recuerdos de una matanza masiva
En la actualidad, el opresivo edificio de hormigón que albergó la prisión de Abu Salim se encuentra en un estado de abandono. Sus lóbregos muros están cubiertos de graffiti que registran los nombres de algunos de los reclusos que murieron en una matanza que tuvo lugar en la prisión el 29 de junio de 1996, en la que se cree que unas 1.200 personas perdieron la vida.
En ese incidente, sacaron a cientos de hombres a los patios y los ejecutaron extrajudicialmente como castigo por un motín que había estallado en la prisión ese mismo día. Ali estaba en la prisión en ese momento y oyó los disparos.
“Ese día mataron a sangre fría a abogados, profesores universitarios, médicos”, dice Ali.
Otros presos vieron desde las ventanas cómo recogían los cuerpos de los muertos y los arrojaban a una fosa común.
Aunque han pasado 18 años desde la matanza masiva en la prisión de Abu Salim, es necesario establecer la verdad de lo que ocurrió exactamente ese día, incluido lo que se hizo con los cadáveres. Los responsables deben rendir cuentas de sus actos.
Ali estuvo gran parte del tiempo que pasó en Abu Salim en una celda abarrotada en condiciones miserables.
Las celdas de la prisión estaban infestadas de insectos y ratas y no había aseo. Los presos se veían obligados a pedir a los guardias envases de cartón de leche para orinar en ellos. “A veces utilizábamos las mismas tazas para beber y para orinar”, dice Ali.
El hedor dentro de las celdas era tan fuerte que los guardias se tapaban la boca y la nariz con un pañuelo cuando tenían que entrar.
La comida era escasa y a menudo estaba quemada o infestada de insectos.
“Nos veíamos obligados a comer cualquier cosa de la que pudiéramos echar mano. […] Muchos presos se comían incluso la hierba del patio”, dice Ali.
Hubo un momento en que las condiciones de absoluta suciedad de la prisión se agravaron debido a un brote de tuberculosis.
“Muchos compañeros sufrían hemorroides y les dejaron que sangraran durante seis años. Si alguien tenía dolor de muelas, estaba seis años con ese dolor de muelas”, dice.
Encontrar fuerza para sobrevivir
Durante todas las penalidades que soportó en los decenios que pasó en la cárcel, Ali sacó fuerza de las cartas que recibía de los simpatizantes de Amnistía Internacional, que hicieron campaña por su liberación a partir de 1974, y de la compañía de los otros presos políticos. Muchos de ellos eran intelectuales y pasaban el tiempo juntos, sumidos en conversaciones y debates. No tenían lápiz ni papel, por lo que utilizaban pasta dentífrica azul para escribir en cajas de cigarrillos y de jabón.
En general, Ali logró mantenerse firme a pesar de las privaciones y los abusos que sufrió.
“Cuando sientes que estás luchando contra la tiranía y el despotismo, puedes resistir”, dice.
“En Libia tenemos un proverbio que dice que a quien entra en Abu Salim se le da por muerto, y quien sale de Abu Salim acaba de nacer”, dice Ali.
En su caso, esto es innegable.
Ali quedó en libertad finalmente en 2002, en el marco de un intento de Gadafi de mejorar la imagen de Libia después de años de presiones internacionales en relación con los presos políticos. Poco después de su liberación Ali se casó, tuvo hijos y rehizo su vida. En 2005, Ali presentó una demanda contra el Estado por los abusos sufridos mientras estuvo recluido, y los tribunales le concedieron una indemnización económica.
Hoy es una figura inspiradora que defiende los derechos humanos en Libia, en su calidad de presidente de la Asociación de Presos de Conciencia de Libia y de asesor en materia de derechos humanos del Parlamento provisional libio. Ha defendido el derecho de otros ex presos políticos a obtener reparación.
La petición de verdad, justicia y reparación es una petición legítima con arreglo al derecho y las normas internacionales de derechos humanos.
En 2012 se adoptó finalmente una ley que concede indemnizaciones económicas a los presos políticos recluidos entre septiembre de 1969 y febrero de 2011, pero no ha comenzado a aplicarse hasta fechas recientes.
Los desafíos en materia de seguridad y la inestabilidad política en Libia después del conflicto han eclipsado los esfuerzos para abordar los abusos contra los derechos humanos cometidos en el pasado y han menoscabado los derechos de las víctimas.
Ali es plenamente consciente de los desafíos que aún deben afrontarse durante la transición de Libia, pero no pierde la esperanza. Después de todas la experiencias que ha sufrido, su compromiso con los derechos humanos y el Estado de derecho sigue siendo firme.
“Incluso aquellos que nos. torturaron tienen derecho a un juicio justo”, dice Ali. “Estamos en contra de la venganza porque la violencia siempre genera violencia. Apoyamos la reconciliación pero no sin justicia.”