La primera vez que Hafez Ibrahim se enfrentó al pelotón de ejecución fue en 2005. Lo llevaron a un pequeño patio, en una prisión yemení, y lo pusieron ante una hilera de agentes que empuñaban fusiles. Pensó que era su último momento.
Hafez había hecho testamento. En lo único que pensaba era en el trauma de su madre cuando recibiera la noticia de su ejecución.
Pero justo cuando estaban a punto de disparar contra él, lo llevaron de nuevo a la celda sin darle ninguna explicación.
“Estaba perdido. No entendía lo que pasaba. Más tarde supe que Amnistía Internacional había llamado al presidente yemení para que detuviera mi ejecución y se había escuchado el mensaje”, explica Hafez.
Una aciaga boda
Hafez había sido encarcelado por un asesinato que insiste en afirmar que no cometió.
Se dirigía a una boda que iba a celebrarse en su localidad, Taizz, cuando fue abordado por un par de hombres que intentaron robarle el fusil. Estalló una pelea y se disparó un arma. Hafez tenía sólo 16 años.
El muchacho se ocultó, pues temía que lo castigaran por el asesinato, pero al cabo de dos meses decidió entregarse a las autoridades.
Tras un breve juicio, un juez pronunció las palabras que Hafez más temía: “condenado a muerte”.
Hafez estaba convencido de ser un chivo expiatorio. Su sentencia condenatoria estaba basada en testimonios de testigos que no habían presenciado lo ocurrido, entre ellos varios que se retractaron luego de sus declaraciones.
“La condena de muerte me tomó por sorpresa. Estaba triste, porque no había tenido justicia, ni siquiera un juicio justo. No hay justicia ni clemencia en Yemen: si matan a una persona, otra debe perder la vida sea o no culpable”, afirma.
Condenado a muerte
Tras el juicio llevaron al joven a la prisión central de Taizz y lo pusieron en una pequeña celda junto con otros 40 presos, en su mayoría adultos.
“Nunca olvidaré el día en que llegué a la prisión. Era muy joven y no sabía cómo sería. Habían ejecutado a un recluso ese día; fue muy triste”, añade.
Cuando se aplazó su primera ejecución, Hafez decidió impugnar la condena. La causa se remitió de nuevo al Tribunal Supremo de Yemen.
“Era optimista, porque creía de verdad que se habían cometido errores judiciales en el primer juicio”, ha contado a Amnistía Internacional.
Pero sus esperanzas se vieron pronto frustradas. El Tribunal Supremo rechazó el recurso y lo condenó otra vez a muerte. La ejecución quedó fijada para el 8 de agosto de 2007.
La arbitrariedad con que se impuso la condena pilló a Hafez desprevenido, pero no redujo su determinación de luchar por su vida.
En un desesperado intento de librarse de la ejecución, consiguió hacerse con un teléfono móvil introducido clandestinamente en la prisión. Se puso en contacto con Lamri Chirouf, ex investigador de Amnistía Internacional en Londres.
“Están a punto de ejecutarnos”, dijo. Entonces dio comienzo una campaña internacional para convencer al presidente de Yemen de que detuviera la ejecución por segunda vez.
“Estaba otra vez preparado para mi ejecución, cuando me llamó el director de la prisión. Todos los presos pensaron que era la última vez que me veían vivo. Ya en su oficina, me miró y me dijo: “Enhorabuena, tu ejecución se ha suspendido”. Me enviaron de nuevo a la celda, tras haberme librado otra vez de la muerte”, explica.
Hafez quedó finalmente en libertad el 30 de octubre de 2007.
“Cuando me dejaron libre me negué a subir a un automóvil; no quería más que disfrutar del air fresco, caminar, respirar mi libertad y sentir la lluvia. Cada paso que daba, sentía la tierra bajo mis pies y miraba para abajo para asegurarme de que no eran las baldosas del suelo de la prisión. No podía creer lo que pasaba; apenas podía hablar.”
“De regreso en mi pueblo, note que se me ponía toda la piel de gallina; jamás había imaginado que volvería vivo”, cuenta.
Una nueva vida
Según un nuevo informe de Amnistía Internacional, Yemen es uno de los únicos nueve países que han llevado a cabo ejecuciones todos los años durante el último lustro.
Se sabe que sólo en 2013 fueron ejecutados al menos 13 reclusos y se impuso la pena de muerte a otros tres.
Hafez asegura que jamás olvidará el tiempo que pasó condenado a muerte, pero aclara que su terrible experiencia no le ha impedido intentar cumplir sus sueños.
Ahora, con 29 años, es abogado y ayuda a menores condenados a muerte de todo Yemen. Se ocupa también de su hija de 16 meses, a quien puso el nombre de una activista de Amnistía Internacional que trabajó sobre su caso. Quiere hacer el doctorado cuando acabe su máster este año que viene.
“La justicia era y es todavía sagrada para mí. Ahora, cuando voy a las prisiones, todavía me parece ser uno de los presos. Siento aún su tragedia. Decidí estudiar y hacer algo de provecho para ayudar a la gente que está en prisión.”