Faiz lleva los 10 últimos años buscando una nueva vida en la «Europa fortaleza». Su caso muestra cómo la batalla de la UE por impedir la entrada a las personas migrantes no está haciendo más que desviarlas hacia nuevas fronteras, sin resolver nada.
Por Giorgos Kosmopoulous, asistente de investigación y acción de Amnistía para la UE.
Una soleada mañana de invierno fui a la comisaría de la policía de fronteras de Elhovo, pequeño pueblo próximo a la frontera de Bulgaria con Turquía. No era más que un gimnasio sucio, repleto de migrantes y refugiados recién llegados, que esperaban a que se tramitaran sus papeles.
El número de personas que llegan allí aumentó acusadamente en 2013. Cuando Grecia intensificó el control policial de la frontera con Turquía, la gente que quería entrar fue empujada hacia el norte (véase el mapa de la página 17). La mayoría procedían de países asolados por la guerra, como Siria y Afganistán.
Me fije en un joven que se encontraba de pie, solo, entre la gente que abarrotaba el pequeño patio. Curiosamente, tenía un libro en griego, mi lengua materna. Poco después de saludarlo, dije a mi intérprete que se marchara. Porque Faiz [nombre ficticio], afgano de 33 años nacido en Irán, hablaba muy bien griego.
Infancia perdida
Nos sentamos, y Faiz encendió un cigarrillo y comenzó a contarme su vida. ”No había nada para nosotros [los afganos] en Irán’’, dijo. “Nos trataban como a personas de segunda clase. Ni siquiera recuerdo mi infancia; tuve que trabajar durante toda ella. Perdí la infancia’’.
Faiz huyó al final de Irán en 2004 e hizo al largo y difícil viaje a Grecia. Pero entonces quedó atrapado, explicó, en su ineficaz e injusto sistema de asilo. Casi ocho años después, aún no se ha tomado la decisión definitiva sobre su solicitud.
Su vida estaba en suspenso, y las agresiones racistas aumentaban a medida que Grecia quedaba sumida en una profunda crisis económica. Faiz decidió marcharse a principios de 2012, en busca una vez más de un lugar donde comenzar una vida. No lo logró, así que en octubre de 2013 intentó entrar de nuevo en Grecia desde Turquía.
Poco después de que el grupo de personas con el que se encontraba cruzaran la frontera, la policía griega les dio el alto y les hizo retroceder. “No preguntaron nada’’, me contó Faiz. “Simplemente, nos obligaron a cruzar el río en dirección contraria. Golpearon a alguien que opuso resistencia’’.
Vidas en peligro
He oído muchos casos similares. La policía y la guardia costera griegas obligan de manera habitual a cruzar la frontera de regreso a Turquía a personas desesperadas que entran por allí, golpeándolas y negándoles su derecho fundamental a solicitar asilo. Es una violación flagrante del derecho internacional y europeo. La operación misma de hacerlas retroceder hace también que la vida de las personas corra mayor peligro aún, por dejarlas, por ejemplo, sin motor en alta mar.
Faiz estaba aún decidido a encontrar el modo de entrar en la Europa fortaleza: “Tiene que haber algo para mí’, me dijo. Esta vez fue al norte, a la frontera de Turquía con Bulgaria, donde nos conocimos La policía no tardó en capturarlo y llevarlo a Elhovo.
Bulgaria está mal preparada y poco dispuesta como país de acogida. No ofrece muchas esperanzas a personas como Faiz. Al igual que en Grecia, las autoridades están sellando las fronteras rápidamente, invirtiendo en ello millones de euros con el apoyo de la UE.
Al igual que Grecia, Bulgaria ha comenzado a construir una valla a lo largo de la frontera con Turquía. Las agresiones racistas siembran cada vez más el terror entre los extranjeros. Y ahora, una nueva ley amenaza con permitir detener a los refugiados hasta que se examinen sus solicitudes, lo que puede tardar meses.
El último campo de batalla de la Europa fortaleza
Bulgaria se ha convertido en el último campo de batalla de la Europa fortaleza. En toda la UE se están aplicando las mismas políticas y prácticas para impedir la entrada. Debido a ello, a las personas migrantes, refugiadas y solicitantes de asilo les resulta casi imposible entrar legalmente en Europa.
El reciente cambio de flujo de Grecia a Bulgaria es una prueba más de que el enfoque aplicado no sirve. No hace más que llevar el problema de un lado a otro sin resolverlo. Y obliga a la gente a probar rutas cada vez más peligrosas. Más de 130 refugiados, en su mayoría sirios y afganos, han perdido la vida al intentar llegar a Grecia por mar desde Turquía en 11 incidentes distintos desde agosto de 2012. Sabemos que centenares más desparecen sin más en el Mediterráneo todos los años. Pero otros arriesgan la vida intentando llegar a Italia en destartalados barcos desde Egipto o Libia (véase el artículo de la página 18).
De regreso en Elhovo, Faiz supo que pronto tendría que fugarse otra vez para escapar del deteriorado sistema de asilo de Bulgaria. ‘Vaya donde vaya, estoy atrapado», me dijo. “A veces me pregunto de dónde soy.”
He conocido muchos casos de valor como el suyo, realizando investigaciones sobre la migración en la región. Son de gente que lo ha perdido todo en la guerra, que está siendo maltratada, pero que jamás se rinde ante las dificultades.
Bulgaria podría ayudar a esas personas con solo mejorar la recepción y tramitación de sus solicitudes. Grecia debe poner fin de inmediato a sus peligrosas e ilegales operaciones destinadas a hacer retroceder a quienes se dirigen a sus fronteras. Y la UE en su conjunto debe distribuir la responsabilidad de manera más igualitaria entre sus miembros y proporcionar vías legales de acceso a Europa a las personas desesperadas que huyen de la guerra.
Cuando me despedí de Faiz, vi que el libro que estaba leyendo era El guerrero de la luz, de Paulo Coelho. El libro reza: “Un guerrero no puede bajar la cabeza, porque perdería de vista el horizonte de sus sueños”. Pienso en Faiz como en una de las muchas personas que nunca bajan la cabeza mientras siguen luchando por una vida y un futuro y por sus derechos humanos.
Pregunté a Faiz si necesitaba algo: “Lo único que necesito es un lugar donde quedarme –respondió–, y alguien que piense en nosotros por una vez’’.