Se le quebraba la voz y corrían las lágrimas por sus mejillas a medida que con calma, pero con decisión, recordaba los nombres de la larga lista de mujeres y niños que los anti-balaka habían matado la semana anterior cuando atacaron su pueblo.
Sentada en una sala en penumbra del Hôpital Communautaire, se quita dignamente el pañuelo que le cubre la cabeza para mostrar los puntos de sutura que lleva hilvanados en la cabeza, en el lugar en el que golpeó el machete. Junto a ella está su hija de cuatro años, con una herida idéntica en la cabeza, víctima también de los golpes de machete.
Prácticamente todas las personas que vivían en su pueblo, próximo a Bangui, capital de la República Centroafricana, fueron eliminadas durante los primeros ataques perpetrados por la milicia anti-balaka, que desencadenó una carnicería que desde entonces se ha ensañado con esa ciudad.
Hablamos con ella una semana después de haber padecido uno de esos ataques, y nos relata lo que ocurrió en su pueblo con sorprendente calma y dignidad. En el ala del hospital donde se encuentra, también hay otras mujeres recuperándose de las heridas de machete y bala infligidas por atacantes desconocidos durante los violentos sucesos que han propagado el desastre en Bangui y pueblos de las inmediaciones.
En una mezquita próxima, situada en una pequeña calle lateral atestada de gente, en una zona en la que residen principalmente musulmanes (conocida como PK5) presenciamos la descarga de 16 cadáveres de un camión para ser enterrados. Envueltos en revestimiento de plástico blanco, los cuerpos han atraído a una gran multitud airada por el modo en que esas personas murieron y deseosas de contarnos lo sucedido.
Según parece, la mayoría de los muertos eran civiles y hemos oído algunas historias terribles sobre la forma en que, según nos cuentan, fueron víctima de brutales ataques de represalia.
Me cuentan que a algunos los decapitaron, que a otros les cortaron las orejas o que a otros los rajaron y evisceraron. No llegamos a ver los cadáveres, pero estamos recopilando fotografías que confirman esta información.
Frente a la mezquita, al otro lado de la carretera, nos presentan a un grupo de unas 50 mujeres, niños y niñas del barrio Boeing, en Bangui. Todos ellos han perdido a sus esposos o padres en el curso de diversos ataques. Al igual que la mujer del hospital, la expresión de sus rostros es desapasionada, y solo una de las mujeres del grupo llora visiblemente.
En estos días no es difícil encontrar relatos de sufrimiento en Bangui. No hay más que desplazarse hasta el aeropuerto, donde crece día a día el extenso campamento para personas desplazadas.
Han llegado por miles, convencidas de que el aeropuerto es un lugar seguro por la proximidad de las tropas francesas. Hombres, mujeres, niños y niñas se han asentado ahí, sobre lonas de distintos colores y texturas extendidas por todas partes para proporcionar una protección más bien escasa frente al duro y polvoriento suelo sobre el que descansan. Se han instalado algunas tiendas, pero casi nadie dispone de protección contra el sol o la lluvia. Algunos se protegen de la intemperie hacinados en un hangar donde se almacenan viejas avionetas o bajo las alas de antiguos aeroplanos estacionados en las proximidades.
Es como si el campamento llevara ahí semanas o meses, no los escasos días que ha tardado en emerger, atrayendo aproximadamente a más de 15.000 personas de las inmediaciones de Bangui, incrementándose durante la noche hasta alcanzar las más de 40.000. Pero espíritu emprendedor está vivo y goza de buena salud, y ya se han instalado algunos puestos de venta donde se puede encontrar de casi todo, desde alimentos enlatados a jabón y harina, pasando por comidas recién hechas, hasta medicamentos o baterías de recarga para teléfonos móviles. Había incluso un puesto con un surtido de pendientes de mujer, lo que demuestra que sigue habiendo lugar para la vanidad en medio de la mayor de las penurias.
A medida que avanzo entre la gente, los niños siguen acercándose para estrecharme la mano, o se regocijan al ver su imagen en la pantalla de mi pequeña cámara digital. “Ça va?” me dice la gente al pasar; contesto con un “¿Como está?” y me responden con una sonrisa y un “Ça va bien” (“Me va bien”), sin una queja por las pésimas condiciones en que se encuentran.
No obstante, me para una mujer y me cuenta el drama de la gente allí congregada de una forma muy sencilla: “Tenemos miedo”, me dice. Así de simple.
Ese temor está por todo Bangui: en todas sus comunidades. Los ataques han sido tan repentinos, causando tantos muertos y heridos, que la gente tiene mucho miedo. Miedo del vecino, miedo que ha destruido toda confianza entre musulmanes y cristianos, y sin ninguna confianza en la capacidad del gobierno para ayudarlos.
Cuando nos marchamos del campo pasamos por una señal en la que se da la bienvenida al viajero a “Bangui La Coquette”. La ciudad, en su estado actual, es cualquier cosa menos “coqueta”. Habrá que superar el miedo que todo lo impregna para que Bangui vuelva a recuperar ese encanto.
Más información:
Tit-for-tat atrocities in the Central African Republic (blog, 11 de diciembre de 2013)
Actos de inhumanidad incalificables mientras la violencia se intensifica en la República Centroafricana (blog, 11 de diciembre de 2013)
República Centroafricana: La comunidad internacional debe garantizar una verdadera protección de la población(comunicado de prensa, 9 de diciembre de 2013)
Bangui, asediado por la violencia y el miedo (blog, 6 de diciembre de 2013)
República Centroafricana: La ONU debe impedir que las fuerzas para el mantenimiento de la paz fracasen(comunicado de prensa, 5 de diciembre de 2013)
Central African Republic: Violence of security forces now out of control (noticia/informe, 29 de octubre de 2013)