“Dios mío, estoy rota por dentro. No es normal, no me siento como un ser humano. No puedo respirar bien como otros seres humanos. Sufrimos el uso forzoso del niqab, el matrimonio precoz, la vergüenza del divorcio, la violencia intrafamiliar y los homicidios por motivos de honor. No sé […] es como si fuéramos seres extraños. [Los varones de la familia] tienen que oprimirnos, y nosotras tenemos que aguantar la opresión, como marionetas».
Esto es lo que una mujer yemení me dijo por teléfono; su voz temblorosa reflejaba la tristeza, el dolor y el miedo que las mujeres sufren a diario en Yemen. Durante los últimos tres meses, como miembro del equipo de Yemen de Amnistía Internacional, he estado hablando en Yemen, desde Marib, Taiz y Saná, sobre los tipos de violencia que sufren las mujeres mientras experimentan un aumento de sus responsabilidades y la evolución de sus roles de género.
Esos roles y responsabilidades crecientes han resultado ser un arma de doble filo. Aunque el cambio de los roles de género puede dar la oportunidad de aliviar la situación de las mujeres cuando éstas cuentan con las capacidades adecuadas, las mujeres, a consecuencia de esta transición, se han convertido en objeto de una violencia adicional. La literatura ha demostrado que, en las sociedades con normas rígidas de género, los hombres se sienten castrados y amenazados cuando se viven un cambio de los roles de género, y eso puede dar lugar a un aumento de la violencia de género en la pareja.
En Yemen, un país que durante 13 años consecutivos ha ocupado el último lugar en el índice de disparidad entre los géneros del Foro Económico Mundial, las mujeres han sufrido una desigualdad de género profundamente arraigada, que tiene su origen en una sociedad patriarcal con unos rígidos roles de género. Aunque el conflicto de Yemen ha tenido un impacto terrible en toda la población civil en general, las mujeres y las niñas se han visto afectadas de forma desproporcionada. La vulnerabilidad de las mujeres frente a la violencia se ha visto agravada por los estereotipo de género negativos y las actitudes patriarcales, un sistema de justicia discriminatorio y una desigualdad económica. La guerra ha obligado a la población del país a luchar contra una crisis económica atroz, unas infraestructuras dañadas y unos servicios colapsados. Pero, además, las mujeres han tenido que hacer frente a una movilidad limitada causada por las normas de género culturales. Asimismo, puesto que ellas son las responsables de proporcionar comida y atención en sus hogares, han tenido que luchar con el problema del acceso escaso o inexistente a alimentos, agua, saneamiento y servicios de atención a la salud, una situación que se ha deteriorado imparablemente a medida que se prolonga el conflicto.
Además de los problemas económicos y sociales, las mujeres con las que hablé me describieron una amplia serie de preocupaciones relativas a la seguridad, algunas de las cuales constituían violaciones graves de derechos humanos: ataques en puestos de control si no iban acompañadas por un familiar varón y ataques durante protestas (acoso, detención arbitraria y tortura y otros malos tratos a manos de las fuerzas de seguridad), así como un aumento de la violencia intrafamiliar.
Otra mujer me contó: “Viajaba con tres niños cuando las fuerzas huzíes nos dieron el alto en un puesto de control. Nos tuvieron allí, sin comida ni agua, con un calor espantoso. Les suplicamos que nos dejaran pasar, pero se negaron. Nos insultaron y nos amenazaron con violarnos. Nos entró el pánico y nos echamos a llorar […] Cuando terminaron con nosotras, nos dejaron en la calle de noche en una zona solitaria y aislada […] Teníamos miedo, y los niños estaban aterrados”.
Según los roles de género prevalecientes, a los hombres se les reconoce como los “protectores” de las mujeres y las familias; si no hay un familiar varón presente, las mujeres están más expuestas a sufrir violencia sexual y física. En este contexto, una mujer que no vaya acompañada corre un mayor peligro de sufrir violencia en los puestos de control. Una de las tácticas utilizadas por las autoridades huzíes de facto en los puestos de control incluye afeitar a las mujeres la cabeza, especialmente a las recién casadas que viajan de una gobernación a otra para reunirse con sus esposos. En esta sociedad, además de atender a sus esposos se espera de las mujeres que sean físicamente atractivas para ellos. Con mucha frecuencia, estas mujeres terminan divorciadas, lo que les provoca vergüenza y angustia psicológica. Las supervivientes de actos de violencia como el afeitado de la cabeza suelen ser reacias a denunciar el abuso sufrido, pues temen una respuesta negativa tanto de su propia comunidad como de los agentes de seguridad.
Una cuestión sobre la que las mujeres se han movilizado claramente y se niegan a guardar silencio es la de la detención y/o desaparición forzada de varones de su familia. Las madres, esposas y hermanas de los hombres detenidos son víctimas tanto directas como secundarias de la detención y/o desaparición forzada de sus familiares. En primer lugar, al verse privadas de sus esposos, padres y hermanos, sufren psicológicamente, y ese sufrimiento se acentúa al no saber cuándo regresarán sus seres queridos o si lo harán siquiera. En segundo lugar, se ven obligadas a convertirse en las principales cuidadoras, cabezas de familia y activistas que se movilizan para defender los derechos de sus familiares varones detenidos. Cada nuevo papel que adoptan aumenta su riesgo de sufrir violencia sexual y física tanto en su hogar como fuera de él, ya sea a manos de vecinos que se aprovechan de la vulnerabilidad de una mujer, o a manos de las fuerzas de seguridad que frenan su activismo y rechazan sus denuncias de violencia.
A pesar de estos problemas, estas valientes mujeres continúan con su lucha por la liberación de sus familiares varones o por su derecho a saber qué fue de ellos. Una activista yemení me dijo que, durante las manifestaciones para pedir la liberación de sus seres queridos, el personal de seguridad sometió a trato degradante a las mujeres que protestaban ante la Oficina del Enviado Especial de la ONU. Me contó: “Miembros de las fuerzas de seguridad, unos vestidos de civil y otros con uniformes militares, nos acosaron, nos golpearon con rifles, nos tironearon del pañuelo y nos arrastraron por la calle. Una mujer sufrió una herida en la cabeza y estaba sangrando en la calle”.
A pesar de las maneras únicas y particulares en las que las mujeres se han visto afectadas y han sufrido a causa del conflicto, y a pesar del activo papel desempeñado por las mujeres haciendo campaña y defendiendo cuestiones como los derechos de sus familiares varones detenidos, la representación de las mujeres yemeníes en las conversaciones de paz sigue siendo escasa. Algunas resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, como la 1325 y resoluciones subsiguientes, reiteran la importancia de la participación de las mujeres en las conversaciones de paz y en las negociaciones para la consolidación de la paz, mientras que otras resoluciones, como la 2216, incluyen llamamientos para que se ponga fin a la violencia en Yemen al tiempo que excluyen explícitamente el llamamiento para la inclusión de las mujeres y limitan la participación de las mujeres en los procesos de diálogo.
Una iniciativa respaldada por la ONU condujo a la creación del Pacto de las Mujeres Yemeníes para la Paz y la Seguridad, que incluye una junta asesora de 60 mujeres. El Pacto pretende fomentar el liderazgo de las mujeres e incrementar su participación e inclusión en las negociaciones. El Pacto también actúa como órgano asesor para la Oficina del Enviado Especial de la ONU. La iniciativa, aunque constituye un paso importante y positivo, debería actuar como plataforma para hacer oír las voces de las personas más afectadas por el conflicto garantizando la inclusión de mujeres yemeníes en las conversaciones de paz.
Persiste el reto de traducir esa positiva iniciativa a una realidad sobre el terreno. Los derechos y las necesidades de las mujeres y las niñas permanecerán en las sombras; sin una agenda de transformación de las cuestiones de género, no se conseguirá la paz en Yemen. Las mujeres en Yemen son amenazadas o reprimidas violentamente si alzan la voz, se movilizan o abogan por sus derechos. Si las Naciones Unidas desean realmente promover la igualdad de género y poner fin a la crisis de Yemen, deben garantizar que aumenta el espacio abierto para la participación de las mujeres y que se incrementa la inclusión de las mujeres en las conversaciones de paz, con el fin de asegurarse de que esas iniciativas son significativas y sustanciales.
Es crucial que todas las medidas que adopte la ONU estén basadas en un marco más amplio para abordar la discriminación de género, mediante un proceso nacional de reforma legislativa que aborde las arraigadas violaciones de derechos humanos que sufren las mujeres. El gobierno yemení debe tomar medidas efectivas para incrementar la participación política de las mujeres, abordar las leyes y prácticas sistémicas y discriminatorias, proteger el derecho de las mujeres a la igualdad con los hombres y a no sufrir ninguna forma de discriminación, y abordar las actitudes sociales y culturales subyacentes que discriminan a las mujeres. Las autoridades yemeníes deben además garantizar y reforzar la protección de las mujeres frente a la violencia y la discriminación tanto dentro de sus hogares como fuera de ellos.