Nuestra voz, nuestro ritmo, nuestros derechos
Hay dos días en mi vida que nunca olvidaré. Uno es el 12 de octubre de 2009. Ese día yo estaba con un grupo de manifestantes pacíficos que fueron tiroteados por las fuerzas de seguridad. El otro, el pasado martes, 10 de junio, cuando, después de una lucha que ha durado casi cinco años, un tribunal internacional de derechos humanos nos hizo justicia.
Todo empezó una mañana en Bundu Ama, asentamiento de Port Harcourt no muy alejado de donde vivo. Yo estaba en un cruce de calles junto a otros residentes del asentamiento y simpatizantes de toda la ciudad para participar en una protesta contra la medida de marcar con números nuestras casas para su demolición.
Al menos un centenar de mujeres se habían reunido en el cruce tras conocer la noticia y estaban bailando y coreando frases. Otras personas, incluidos hombres que se dirigían a su trabajo y niños y niñas que iban de camino al colegio, se detuvieron a mirar y sumarse a la protesta.
Aproximadamente a la media hora de empezar la protesta, un convoy de camiones que transportaban agentes de seguridad armados con armas automáticas, encabezado por un cañón de asalto, cargó a gran velocidad contra la multitud. Las fuerzas de seguridad abrieron fuego sin previo aviso.
Se disparó a la gente por la espalda cuando huía. Vi cómo disparaban a un hombre por la espalda y la bala le reventaba el pecho. Los soldados siguieron rastros de sangre para encontrar los escondites de la gente. Se vio cómo apilaban cadáveres en un camión y se los llevaban del lugar.
Los soldados se desplegaron por toda la comunidad y dispararon indiscriminadamente en los estrechos callejones de Bundu Ama, azotaron y golpearon con culatas de fusil a hombres jóvenes, forzaron puertas, saquearon restaurantes y robaron dinero. A un joven que se escondía en su habitación lo mataron a quemarropa. Las fuerzas de seguridad impidieron que recibiera asistencia médica durante dos horas.
Muchas de las víctimas ni siquiera participaban en la protesta. Algunas se dirigían a su lugar de trabajo y otras estaban en su hogar cuando fueron abatidas a disparos. Una joven de 17 años que estaba en un asentamiento al otro lado del canal fue alcanzada por una bala perdida.
Nos dispararon simplemente por reunirnos y expresar nuestra postura sobre políticas que nos dejarían sin techo. Nos dispararon por ejercer nuestro derecho a reunirnos, a protestar.
A pesar de las balas y las excavadoras, estábamos decididos a no ser amordazados. Encontramos nuestra voz en la lucha y decidimos defender nuestros derechos y dejar de ser víctimas. Con el apoyo de organizaciones locales e internacionales como Amnistía Internacional, el Proyecto de Derechos Socioeconómicos y Rendición de Cuentas (SERAP) y la Plataforma de Colaboración para Labores de Promoción y Defensa en los Medios de Comunicación (CMAP), emprendimos nuestro camino hacia la justicia.
Teníamos escasa fe en los tribunales nacionales, así que decidimos llevar nuestra causa ante el tribunal regional de derechos humanos: el Tribunal de Justicia de la Comunidad Económica de Estados del África Occidental (CEDEAO). El proceso fue exasperantemente lento en ocasiones. El gobierno forzó un aplazamiento tras otro, intentando desgastarnos. Pero fuimos pacientes.
Siempre estaré agradecido por haber tenido esa oportunidad ante el tribunal y que el juez fallara a nuestro favor. Pero la lección que aprendimos fue tan importante como el triunfo legal y moral. Nos enseñó el poder que se genera cuando la gente se une para protegerse mutuamente y defender sus derechos.
El caso está cerrado pero ha comenzado otra historia, otra lucha. Habrá que trabajar con el mismo empeño para que la sentencia del Tribunal se aplique íntegra y eficazmente. Pero, sobre todo, tendremos que trabajar juntos, con nuestras comunidades, con nuestro gobierno, con todo el que viva en la ciudad y desee que Port Harcourt sea una ciudad para todos sus ciudadanos: una ciudad humana.
Con el apoyo de Amnistía Internacional y la plataforma CMAP estamos creando Chicoco Radio. Será la primera emisora de radio comunitaria de Nigeria, que, a través de las ondas, transmitirá nuestra voz, nuestro ritmo y nuestros derechos.