Munira al-Hamwi habla en este texto de su hija, Razan Zaitouneh, premiada escritora y defensora de los derechos humanos siria, a quien secuestraron en Duma, junto con su esposo y dos amigos, el 9 de diciembre de 2013. Duma es una de las diversas localidades de la región de Guta oriental, situada al este de Damasco, en que hay grupos armados de oposición. Las fuerzas del gobierno intensificaron el cerco a la zona en julio de 2013. Según Naciones Unidas, hay 150.000 personas viviendo allí, y la última vez que recibieron alimentos fue en mayo de 2014.
Me han pedido que escriba algo sobre mi hija, Razan Zaitouneh. No soy periodista ni escritora, pero contaré mis pensamientos. No voy a hablar del trabajo de Razan ni de sus logros, porque ya lo han hecho muchos.
Nunca olvidaré la época, al principio del levantamiento en Siria, en que se perdió vista para que no la detuvieran. Sólo salía de casa de noche y disfrazada. Cuando la echaba de menos, tenía que verla en secreto. Le aconsejé muchas veces que saliera del país, como habían hecho algunos de sus amigos, que se habían marchado al extranjero. Sacudía la cabeza, con una sonrisa triste, y contestaba: “No voy abandonar mí país”. Así que me volvía para casa entristecida y pedía desesperadamente a Dios que la salvara y la protegiera, mientras esperaba impaciente hasta que conseguía volverla a ver. Me quedé sorprendida cuando me dijo que pensaba irse a vivir a Guta oriental, y cuando le pregunté que por qué, respondió:
«Es una zona segura, madre. Allí viviré con seguridad y podré ir libremente de un sitio a otro, sin que nadie me amenace.»
Pese al dolor y la tristeza que me producía su decisión, pues significaba que a partir de ese día ya no iba a poder verla, yo quería que tuviera una vida estable y sin riesgos, así que lo acepté, por su seguridad.
Cuando llegó allí nos comunicábamos por Skype; siempre intentaba hacerme creer que estaba a gusto, pero el corazón me decía siempre lo contrario. Yo le hablaba a menudo de mis temores a su padre, pero, como siempre, ella no decía nada para no preocuparnos.
Cuando se intensificó el cerco de Guta oriental y la gente no tenía ya pan ni otros alimentos, yo estaba preocupada constantemente por ella. Le preguntaba que si tenía pan, si tenía comida. Respondía: “No te preocupes, mamá”. Una vez que insistí mucho, se echó a reír y al final lo admitió y me dijo:
«Lo que sí me gustaría es algo de dulce y chocolate. Hace muchísimo que ni yo ni ningún niño en todo el barrio lo probamos.”
Al día siguiente fui corriendo al mercado y le compré chocolate de todas clases. Compré mucho porque sabía no era para ella sola, que lo iba a repartir casi todo con quienes estaban con ella. También le compré un medicamento, porque decía que tenía un sarpullido en las manos. Compré también medicinas para su esposo, Wa’el, que tenía dolor de estómago, y algunas cosas más que había pedido su amiga Samira.
Por supuesto, lo compré todo con el deseo y la esperanza en Dios de encontrar a alguien que pudiera llevárselo. La zona estaba sitiada; las carreteras estaban cortadas y no había forma de entrar o salir, pero siempre creí que encontraríamos a alguien de confianza que consiguiera pasar.
A la mañana siguiente, hoy hace un año, me levanté y oí la noticia del secuestro de mi hija, junto con su esposo y dos amigos, Samira y Nazem. No podía creer lo que estaba oyendo; pensé que se habían confundido, pero, por desgracia, era verdad. Fue como si el mundo se me cayera encima. No podía llorar; lloraba con el corazón, pero mis ojos no derramaban lágrimas. Sentí un dolor inmenso, que se me extendía por todas las partes del cuerpo.
Paso los días y los meses esperando en vano. Todas las noches me voy a dormir con la esperanza de despertar con una buena noticia, pero hasta ahora no ha ocurrido nada. Mis esperanzas se esfuman y queda la amarga realidad. He perdido a mi hija es esa zona liberada donde se suponía que el Ejército Libre Sirio estaba desplegado por todas partes, donde confiaba en que ella estuviera a salvo, porque, como defensores de la revolución, su misión consiste en proteger a los civiles en todas partes y en todo momento. Y ahora no encuentro solución a mi situación ni tengo ninguna esperanza más que mi fe en que Dios la traerá de vuelta sana y salva, junto con su esposo, Wa’el, y sus amigos, Samira y Nazem.
Ojalá los dejen en libertad, y dejen en libertad a todas las personas que estén desaparecidas, secuestradas o detenidas en cualquier parte.