Un crudo invierno para cientos de miles de desplazados en la región iraquí del Kurdistán

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Francesca Pizzutelli, investigadora y asesora de Amnistía Internacional sobre refugiados y migrantes

Desde el avión, el cambio de estación es evidente: La que hace tres meses era una gran extensión de tierra amarilla árida y polvorienta ahora es de color marrón oscuro y está salpicada de húmedas zonas verdes. Tras una primera visita en septiembre, mi compañera Khairun y yo hemos regresado al Kurdistán iraquí (su denominación oficial es “Región de Kurdistán de Irak”) para evaluar la situación de los derechos humanos de los refugiados sirios y de los desplazados iraquíes por igual.

Como consecuencia del avance del grupo armado Estado Islámico y de otros episodios violentos en todo el país, más de dos millones de iraquíes se vieron desplazados en 2014. Casi la mitad, unos 950.000, ahora se encuentran actualmente en el Kurdistán iraquí, una pequeña región semiautónoma del norte de Irak con 5,2 millones de habitantes. Dicho de otro modo, el nivel de afluencia de personas a la región equivale prácticamente a una quinta parte de su población; sería como si de repente llegara a Escocia un millón de personas procedentes de Inglaterra y Gales.

Son, en su mayoría, yazidíes de la región de Sinyar, y también hay turcomanos y árabes procedentes de pueblos y ciudades que rodean Mosul, la segunda ciudad más importante de Irak. Antes de enero de 2014, la región iraquí ya había abierto sus puertas a unos 230.000 refugiados de Siria.

Los campos

El Gobierno Regional del Kurdistán ha dedicado esfuerzos a establecer campos para los cientos de miles de desplazados. El de Baharka, justo a las afueras de Arbil, alberga a unas 3.000 personas, entre iraquíes desplazados y refugiados palestinos de Irak. Al estar tan cerca de la capital, es uno de los campos más visibles. A pesar de que el campo recibe visitas frecuentes de periodistas, organizaciones benéficas y dignatarios extranjeros, las condiciones de vida en él distan de ser las ideales, sobre todo cuando llueve. Cuando anochece, el mercado sigue funcionando con lámparas de energía solar y linternas.

La gobernación de Dohuk, localidad de 280.000 habitantes al oeste de Arbil, acoge a unas 430.000 personas desplazadas, así como a refugiados de Siria. La primera vez que visitamos la zona de Dohuk, en septiembre de 2014, las que no eran acogidas por familias residentes buscaban refugio donde podían: escuelas, solares, edificios en obras, aparcamientos, parques y jardines. Tres meses después, en la gobernación de Dohuk hay nueve campos oficiales para desplazados internos, que albergan a unas 125.000 personas y sólo pueden dar comidas a un porcentaje mínimo de los desplazados.

Dos de los campos oficiales fueron construidos por AFAD, la Agencia Turca para la Gestión de Catástrofes y Situaciones de Emergencia; otros tres, por las Naciones Unidas; y los cuatro restantes, por el gobierno de la región. De ahí que haya tantas diferencias en sus condiciones de alojamiento, instalaciones y servicios. En el campo Bersive I, por ejemplo, un campo de AFAD que alberga a unas 10.000 personas cerca de Zajo, las tiendas de campaña no son completamente impermeables a la lluvia, no hay agua caliente y el número de retretes y duchas no cumple las normas mínimas de respuesta humanitaria.

Unas 260 familias viven desde agosto de 2014 en un edificio a medio construir en el centro de la localidad de Zajo, en la gobernación de Dohuk. Hay seis retretes para hombres y seis para mujeres, y la falta de iluminación eléctrica en la parte principal del edificio afecta a la totalidad de los residentes. © Amnesty International

Asentamientos informales

Con todas sus deficiencias, los campos oficiales construidos hasta ahora sólo pueden alojar a un pequeño porcentaje de las personas que lo necesitan. La mayoría siguen desperdigados en cientos de asentamientos informales, incluidas obras de construcción, espacios comunes y campos no oficiales. Otros están en viviendas particulares o en habitaciones de hotel. Muchos desplazados en la gobernación de Dohuk viven en lugares precarios y peligrosos, donde están expuestos a las inclemencias y su acceso al agua y la electricidad es escaso o nulo. Visitamos grandes edificios a medio terminar donde actualmente viven cientos de familias en salas improvisadas con separaciones de plástico, a pesar de que no tienen paredes, ventanas, puertas ni aseos.

En invierno, las dificultades aumentan con el frío y la lluvia: De noche se alcanzan temperaturas bajo cero. En los lugares que visitamos, la gente no dispone de suficientes mantas y ropa de abrigo ni del combustible necesario para calentarse y cocinar, y las instalaciones de agua y saneamiento son deficientes. En unas obras cercanas a Zajo, en la gobernación de Dohuk, vimos a gente quemando papel para calentarse; la previsión de temperatura para la noche es de tres grados centígrados. Muchas de las personas que visitamos no habrían sobrevivido sin la generosidad de vecinos y propietarios de alojamientos.

Niños desplazados en el asentamiento informal de Dairabun, cerca de la frontera con Turquía. © Amnesty International

Menores de edad desplazados

Se calcula que hay 186.000 niños y niñas en edad escolar (hasta 17 años) desplazados en la gobernación de Dohuk. La mayoría (unos 89.000, o el 55 por ciento) no está en campos para desplazados internos. En los mismos campos hay carencias importantes en la provisión de educación básica. Fuera de los campos, los padres necesitan que los hijos trabajen para poder cubrir las necesidades básicas de la familia. Por ese motivo, muy pocos de los niños que conocimos iban a la escuela.

Compartir su historia

Visitamos a las familias en sus tiendas, donde nos ofrecieron incontables tazas de té dulce y aromático café arábigo. Como éramos mujeres, las mujeres de la familia enseguida se sintieron a gusto con nosotras. Les explicamos con detenimiento la función de Amnistía Internacional y el propósito de nuestra visita, ya que era importante que entendieran que no podíamos proporcionarles comida o ropa. Aun así, hablaron de buen grado con nosotras porque, en muchos casos, ninguna de las organizaciones humanitarias que les dan comida y ropa se detiene a escuchar su historia.

Algunos de los casos que documentamos precisarán seguimiento a largo plazo.

Pero puede y debe hacerse más para proteger a estas personas de las rigurosas condiciones del invierno. Nada más volver del Kurdistán iraquí, publicamos parte de nuestras conclusiones y pedimos a la comunidad internacional que mejorara la coordinación y subsanara las carencias de ayuda humanitaria.

Para los cientos de miles de personas desplazadas en el Kurdistán iraquí, aún queda mucho para ganar la lucha por la supervivencia. El resto del mundo debería, como mínimo, hacerles algo más llevadera la situación.

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