La Caravana de la Esperanza cuestiona la desatención de las autoridades mexicanas

Este mes, una caravana de 44 madres centroamericanas ha hecho una gira por México en busca de sus hijos, que se encuentran en paradero desconocido. Han recorrido 4.000 km y han visitado el mayor número posible de localidades situadas a lo largo de la “ruta migratoria” hacia Estados Unidos.

Ésta es la novena caravana de madres centroamericanas en México y acaba hoy, coincidiendo con el Día Internacional del Migrante.
Me encontré con ellas en una conferencia de prensa celebrada en el patio trasero de una ONG local, en el centro de Ciudad de México. El ambiente es un poco caótico, pero las madres consiguen transmitir sus mensajes.

Cada una exhibe en el pecho una gran foto de su ser querido, junto con su nombre y un número de teléfono. He conocido a muchos familiares de personas desaparecidas y en paradero desconocido en México, pero no puedo evitar sentir un escalofrío cuando las veo llevar este “uniforme”.

Una de las madres es Carmen Cuarezma, oriunda de Nicaragua pero que actualmente vive en Costa Rica. Su hijo, Álvaro Guadamuz Cuarezma, emprendió el viaje hacia Estados Unidos el 21 de marzo de 2010. Desapareció en 2011 e hizo su última llamada desde México.

Cuando empezamos a conversar, Carmen dice: “Antes de comenzar, mire por favor la foto de mi hijo y anote mi número de celular. Si alguna vez lo ve, llámeme enseguida”.

Secuestrado para pedir rescate
“Álvaro tenía 27 años y estaba estudiando ciencias en la universidad”, me cuenta Carmen. “Pero su trabajo como empleado en una fábrica no le alcanzaba para pagar sus estudios. Me dijo que se quería ir a Estados Unidos, encontrar un trabajo allí y terminar sus estudios. Era la primera vez que intentaba cruzar”.
“Me llamaba todas las semanas, de Nicaragua, Guatemala, del sur de México. En enero de 2011 él me llamó desde Medias Aguas, en el estado de Veracruz, y me dijo que estaba secuestrado. Le tenía que mandar 2.000 dólares para que lo liberaran. ¿De dónde iba a sacar yo 2.000 dólares? Me puse a llorar, yo sólo rezaba por él.”

“Dos meses después me volvió a llamar. Me dijo ‘mamá, me escapé de los secuestradores, salí corriendo, ni camisa tengo’. Fue una bendición para mí. Pero esa fue la última llamada que recibimos de parte de él. No hemos sabido nada de él desde entonces.”

Ese día, Álvaro había llamado desde Tierra Blanca, también en el estado de Veracruz. Éste es uno de los tramos más peligrosos del viaje para los muchos miles de centroamericanos que cada año lo arriesgan todo para llegar a Estados Unidos.

Epidemia de secuestros
El secuestro de Álvaro no es en absoluto un caso aislado. Más adelante, tres madres guatemaltecas me cuentan que a ellas también les pidieron un rescate, y lo pagaron, pero nunca volvieron a tener noticias de sus hijos. El secuestro de migrantes que atraviesan México ha alcanzado niveles de epidemia, pero apenas se están tomando medidas para ponerle freno.
Las palizas, las detenciones arbitrarias, los trabajos forzados, las agresiones sexuales y los homicidios también son frecuentes. Como en el caso de Álvaro, la gran mayoría de los ataques nunca se investigan y no se hace rendir cuentas a nadie.

Las bandas criminales suelen ser responsables de estos actos, pero a menudo cuentan también con la connivencia de funcionarios públicos, que hacen la vista gorda ante sus actividades delictivas o, en ocasiones, detienen a los migrantes y los entregan a estas bandas.

Al igual que en el caso de Álvaro, debido a la falta de investigación y a la desatención de las autoridades, casi nunca se llega a determinar que ocurrió realmente y los seres queridos de los familiares desaparecidos no obtienen justicia.

Las personas que protegen a los migrantes y les ofrecen comida y alojamiento a lo largo del trayecto también sufren amenazas e intimidación, ejercida a menudo por los mismos grupos que atacan a los migrantes. Estos incidentes tampoco se investigan casi nunca, lo cual deja expuestos a graves peligros a quienes defienden los derechos humanos de los migrantes.

Esperanzas truncadas
Carmen se encoge de hombros y mira a la pared cuando le pregunto si hay alguna razón por la que Álvaro no se haya puesto en contacto con ella desde 2011. “No, no hay razón”, responde, desviando la mirada.
Percibo que pierde la esperanza porque se cuenta de que, al no tener noticias durante tanto tiempo, es difícil creer que Álvaro siga vivo. Es un momento triste y emotivo, y muy doloroso para Carmen.

“Queremos que el gobierno mexicano nos apoye para encontrar a nuestros hijos”, afirma. “Pero ni una reunión nos han dado. No están interesados, a pesar de que muchos mexicanos han desaparecido también.”

Sin embargo, la situación no siempre es tan sombría. Algunas madres con las que hablo señalan que, cuando empezó la caravana hace nueve años, a muy poca gente le importaba y pocos periodistas aparecían para escuchar sus relatos. Las madres se encontraban con una recepción hostil en las comunidades donde hay albergues para migrantes.

Hoy en día, la situación ha cambiado. Las madres son bienvenidas en todas partes, la gente les da regalos y escucha sus relatos, y los periodistas se apelotonan en el pequeño patio trasero de la ONG con equipos de camarógrafos, cables y micrófonos para entrevistarlas.

Pese a ello, las autoridades siguen haciendo oídos sordos a sus reivindicaciones.

Las autoridades mexicanas tienen la responsabilidad de averiguar la suerte de todos los migrantes en paradero desconocido y de hacer rendir cuentas a los autores de los ataques. El Estado también debe poner freno y procesar a todo funcionario público que actúe en connivencia con los abusos cometidos contra las personas migrantes.

Ésa sería la mejor forma de proteger a las numerosas personas vulnerables que emprenden el peligroso viaje a través de México con la esperanza de alcanzar una vida mejor.

Actúa
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Ayuda a los migrantes que atraviesan México. Nuestro video te mostrará cómo.
Más información
Aquí puedes ver nuestro documental, narrado por el actor mexicano Gael García Bernal.

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