Actos de inhumanidad incalificables mientras la violencia se intensifica en la Rep. Centroafricana

Susanna Flood, directora de Medios de Comunicación de Amnistía Internacional

Hay odio en sus ojos cuando te escupen sus palabras “Djotodia doit partir”, es decir, «Michel Djotodia, presidente transicional de la República Centroafricana, debe irse”.

Las mismas palabras aparecen en un grafiti escrito sobre el muro que rodea una pequeña y poco llamativa mezquita situada cerca de la Asamblea Nacional, en la Avenida de la Independencia, una de las calles principales de Bangui —intensamente patrullada por las tropas francesas y africanas (de la Fuerza Multinacional para África Central, la FOMAC) y por ex miembros de Selek—, donde se había congregado una multitud que clamaba venganza.

Habían incendiado la mezquita, y también la casa del imán. Y corrían desaforados, llevándose todo lo que podían del edificio.

Arrancaron la chapa ondulada del tejado y huyeron con sus trofeos al vecino barrio de Fouh.

Otros, hombres y mujeres juntos, se congregaron en el polvoriento lugar, animando a la multitud, golpeando las paredes con todos los instrumentos que encontraron o escribiendo sus grafitis con grandes letras sobre los muros que quedaban en pie, expresando su odio al presidente.

Aún peores eran quienes escribían “Tuer les musulmains” (“Matar a los musulmanes”) sobre el muro de la mezquita ya profanada.

Los integrantes de la multitud se divertían atrayendo cualquier tipo de atención, actuando contentos para las pocas cámaras que se habían atrevido a afrontar la muchedumbre y la inseguridad reinante para grabar lo que estaba pasando.

Para cualquier observador cuerdo, era un ataque totalmente absurdo. Pero esto es lo que está creciendo en Bangui hoy, alimentado por lo que parece una estremecedora escalada de retórica antimusulmana en el seno de la comunidad cristiana.

Se está usando un lenguaje que, en épocas normales, sería impensable para calificar a sus congéneres —vecinos alzándose contra vecinos—, todo basándose en la religión.

Los habitantes de Bangui están enfadados y frustrados. Esta es una ciudad donde la vida normal se ha paralizado. Los destartalados comercios y restaurantes que se alinean en las aceras de la ciudad están todos desiertos o, aún peor, saqueados o destruidos. Se ven pequeños grupos de gente vagabundeando sin rumbo.

Pero la mayoría de la gente está escondida, tras unirse a la muchedumbre que se refugia en los diversos campos que han surgido alrededor de la ciudad o quedándose en sus casas, con las puertas firmemente cerradas, sin poder salir ni siquiera para comprar comida.

Todas las tiendas y pequeños negocios están cerrados. Nadie va a trabajar ni a la escuela. Sólo quedan algunos hospitales abiertos, pero sin el flujo diario de personas enfermas e indispuestas que acuden habitualmente en busca de tratamiento.

La ira y el resentimiento crecen día tras día. La gente quiere venganza y no está dispuesta a esperar sentada a que les protejan las tropas francesas o la Fuerza Multinacional para África Central (FOMAC).

En la República Centroafricana se están cometiendo a diario actos de inhumanidad incalificables.

Hemos visto a niños agredidos brutalmente por hombres que esgrimían machetes. No eran ataques al azar: golpeaban a los niños directamente en la cabeza.

Hemos hablado con personas que se sienten más a salvo en las precarias condiciones de los campos para personas desplazadas que en la seguridad de su propia casa.

“Yo he nacido aquí. Mi padre nació aquí. Y también mi abuelo. ¿Cómo pueden decirme que no soy centroafricano?”, me ha dicho más de una persona.

Pero los musulmanes de Bangui se han convertido en el foco de gran parte de la rabia que recorre la ciudad, declarados forasteros por la comunidad cristiana predominante.

Cuando visitamos la morgue central de la ciudad, nos dijeron que la totalidad de los cientos de cadáveres allí almacenados eran cristianos.

“¿Cómo lo saben?”, pregunté. “Porque no tienen marcas oscuras en la frente”, nos dijeron algunos, en referencia a las marcas que se dice que salen como consecuencia de la forma de rezar de los musulmanes.

Puede que la mayoría de las personas asesinadas en Bangui desde el pasado miércoles sean cristianas, pero el modo en que la ola se está volviendo contra la comunidad musulmana es enormemente preocupante.

Estamos recibiendo cada vez más informes de inquietantes ataques de venganza contra musulmanes en todo Bangui. Un hombre fue asesinado cuando volvía a su casa, en un barrio predominantemente cristiano, para recoger algunos objetos personales.

No es extraño temer por lo que pueda ocurrir a continuación en la República Centroafricana. Es urgente que se restablezcan la estabilidad, la autoridad del Estado y el Estado de derecho.

La paz tiene que prevalecer y deben acabar los asesinatos. Pero después viene el reto, mucho mayor, de reconstruir la confianza entre comunidades divididas por el derramamiento de sangre y la brutalidad.

Información de Al Yazira sobre el ataque contra la mezquita de Fouh, realizada con imágenes de Amnistía Internacional

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