Los gobiernos de la UE siguen sin dar respuesta a las personas refugiadas, pero no debemos perder la esperanza

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Skala Sykamias es un pueblo pintoresco en la isla griega de Lesbos, en el que viven unas 150 personas. Siempre ha sido un popular destino turístico por su belleza pero, en los últimos años, un número sin precedentes de barcos ha arribado a su pequeño puerto.

Muchas de las personas que han llegado en los últimos tiempos huyen de la guerra y la persecución en lugares como Siria, Irak y Afganistán, y se han visto obligadas a realizar un peligroso viaje atravesando el mar Egeo en busca de seguridad. Skala Sykamias está a sólo 8 kilómetros de la costa de Turquía, por lo que es uno de los primeros puertos europeos al que llegan.

Según la Organización Internacional para las Migraciones, en los meses transcurridos de 2017, 46 personas han muerto o han desaparecido al intentar llegar a Grecia por mar. Entre 2016 y 2017 han muerto 1.240 personas. Las personas que sobreviven a los botes neumáticos y al mar bravo se enfrentan a condiciones terribles en las islas y, sin embargo, muchas personas continúan emprendiendo este viaje. Los gobiernos europeos se niegan a asumir la parte de responsabilidad que les corresponde y abrir rutas alternativas más seguras, por lo que muchas personas refugiadas tienen pocas opciones.

Pero entre tanto sufrimiento y fracasos gubernamentales, tristemente patentes en Lesbos, hay historias increíbles de la generosidad de la gente corriente.

Mira la historia de Stratis Valamios

Stratis Valamios es un pescador de 42 años que vive con su familia en Skala Sykamias. Recuerda que ya en 1996 llegaban personas refugiadas kurdas y dice que la comunidad se unió al instante para ayudarlas.

“Ninguna de las personas que llegó dijo: ‘Estamos contentos de estar en Europa’”, explicó Stratis. “No querían irse [de sus casas].”

Cuando en 2015 el número de personas refugiadas aumentó de forma drástica, la comunidad se volcó a ayudar. Stratis dice que hubo un momento en que llegaban entre 40 y 50 barcos cada día. Eran embarcaciones frágiles llenas de personas agotadas que no podían nadar y de niños, niñas y bebés congelados. Pero, entre tanta confusión y desesperación, los lugareños organizaron una respuesta coordinada para salvar vidas.

Los pescadores, entre ellos Stratis, formaban una cadena y remolcaban a los barcos, uno a uno, hasta que estaban seguros. En los últimos 20 años, los pescadores locales han participado en innumerables operaciones de búsqueda y salvamento y han salvado miles de vidas.

“No es nada especial lo que te hace ayudar”, dice Stratis. “No puedes hacer otra cosa, creo que es un acto de humanidad.”

Esta humanidad brilla por su ausencia a nivel gubernamental. Políticos con mucho más poder que Stratis para acabar con estas tragedias habitualmente dan la espalda al problema. En lugar de abrir rutas seguras y legales para que la gente no tenga que embarcarse en viajes peligrosos en busca de seguridad, los gobiernos han cerrado sus fronteras a las personas refugiadas y han intentado devolver a Turquía a quienes llegan a las islas griegas.

En marzo de 2016, los líderes de la UE llegaron a un acuerdo desalmado con Turquía que dejó en el limbo a miles de personas refugiadas y solicitantes de asilo. En virtud del acuerdo, todas las personas que lleguen de forma irregular a las islas griegas, como Lesbos, deben ser devueltas a Turquía. A cambio, a Turquía se le prometieron 6.000 millones de euros para ayudar a hacer frente a su creciente población refugiada. El acuerdo, que se basa en la suposición errónea de que Turquía es un país “seguro”, ha dejado a miles de personas refugiadas abatidas y en condiciones de miseria e inseguridad en campos de refugiados en las islas griegas. Sin poder trasladarse a la Grecia continental, las personas refugiadas permanecen atrapadas y con un futuro incierto. Una decisión reciente del máximo tribunal administrativo de Grecia allana el camino para la devolución de personas refugiadas a Turquía.

Los gobiernos de la UE también han incumplido sus promesas de distribuir a las personas solicitantes de asilo que llegan a Grecia e Italia. Cuando en 2016 finalizó un programa de reubicación de dos años, sólo un país de la Unión Europea (UE) había cumplido con su cuota de refugiados. Otros países no habían reubicado ni a una sola persona solicitante de asilo.

Pero, a diferencia de esta sorprendente falta de compasión, algunas personas han mostrado una gran humanidad de formas muy sencillas.

Mira la historia de Giorgos Sophianis

Giorgos Sophianis es un granjero de 55 años que en 2008 empezó a encontrar personas refugiadas que dormían en el cercado para sus ovejas, cerca de la playa en Skala Sykamias. Estaban empapadas y congeladas y Giorgos les daba toda la ayuda inmediata que podía, como por ejemplo, pan, queso o ropa de recambio. Al igual que Stratis, Giorgos no cree que haya nada especial en su respuesta.

“Actúas de forma mecánica”, dice. “Todo el mundo ayudaba, absolutamente todos. Si veíamos a unos niños, todos corríamos a ayudarlos; si había mujeres en apuros, todos corríamos. Todos sin excepción.”

Giorgos dice que lo que le ha quedado de estas experiencias es la “desilusión, el anhelo de la gente. Pensaban que llegaban al paraíso, besaban el suelo… ¿de dónde venían para tener ese deseo tan enorme y tanto dolor?”.

Aimilia Kamvyssi, una anciana de 84 años que también vive en el pueblo, está de acuerdo en la importancia de reconocer las circunstancias de las que huyen las personas refugiadas. Sus propios padres eran refugiados de Turquía, y Aimilia puede entender el miedo y la desesperación que empujan a la gente a abandonar sus hogares y arriesgar sus vidas en el mar.

“Vinieron de la guerra porque los estaban asesinando, los estaban matando”, dice.

Mira la historia de Aimilia Kamvyssi

Cuando llegaban nuevas embarcaciones, Aimilia y otros lugareños se acercaban al puerto con ropas limpias y secas para que las personas refugiadas se cambiaran.

“Todo el pueblo cuidó mucho de ellas. Hablábamos con ellas, y nos decían: ‘Nos llena de alegría verlos aquí’. Dimos ánimo a esas personas.”

En 2015, Aimilia y Stratis fueron propuestos para el Premio Nobel de la Paz en reconocimiento de sus acciones. Es increíble que su generosidad se reconozca a tan alto nivel, pero sus respuestas no deberían ser la excepción.

En Amnistía Internacional no creemos que lo sean. Cada día vemos ejemplos de personas corrientes que ayudan a las personas refugiadas por su propia iniciativa, a pesar de la indiferencia de sus gobiernos.

Por ejemplo, durante el último año, un número récord de británicos ha acogido a personas refugiadas en sus hogares. El interés en acoger a personas refugiadas se disparó en 2015 tras la fotografía de Alan Kurdi, un niño sirio que se ahogó al tratar de cruzar a Grecia y que atrajo la atención mundial sobre la crisis en curso. La foto también tuvo un gran impacto en Canadá, donde entre noviembre de 2015 y enero de 2017 se reasentó a más de 14.000 personas de nacionalidad siria mediante programas de patrocinio privado.

Con la campaña Te doy la bienvenida, Amnistía Internacional presiona para que los gobiernos asuman su parte de responsabilidad por las personas refugiadas, entre ellas las que están atrapadas en Grecia.

Mientras tanto, damos visibilidad a las muchas comunidades en todo el mundo que está tomando la iniciativa para dar la bienvenida a las personas refugiadas de diferentes formas, desde acoger a personas en sus propios hogares hasta patrocinar a personas refugiadas atrapadas en campos en lugares como Jordania y Uganda.

Si quieres ayudar a las personas refugiadas, hay muchas cosas grandes y pequeñas que puedes hacer. Con cooperación, con compasión y con un poco de tiempo es posible superar la indiferencia gubernamental.

Como dice Aimilia: “Hice lo que pude, eso es lo que hice. Simplemente mostré algo de amor, nada más”.

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